“La energía expansiva… no muere”,
es la raíz misteriosa, el PRINCIPIO.
Como fruto feliz o excrecencia,
la ocurrencia azarosa en el tiempo
de vida y de muerte de los diez mil seres.
No deseos estériles,
no opinar ni dar cauce a la acción,
simular que está todo completo
en el seno feliz del PRINCIPIO,
conocerse a sí mismo si acaso
y aspirar a ser sabio en la nada…
Si “lo blando desgasta lo duro”,
ennoblece ser roca perenne
y dejarse gastar por el roce
del paso del tiempo
-qué mejor enseñanza
para el ser que no elige las prisas-…
No subir a la cima del monte
pues todas sus crestas se han de hacer llanura;
recordar, aunque sea conocido,
que en boca cerrada no habitan las moscas,
y actuar sin estar actuando,
tener interés sin andar ocupado,
no emprender nada grande,
pues todo es pequeño a los ojos del sabio…
No prometer mucho ni ocuparse en todo,
buscar lo más simple en lo simple de toda simpleza,
no querer saber nada
que proponga límites de espacio y de tiempo,
ser simple y humilde y aun caritativo,
saber que, aun sabiendo, no sabemos nada,
no aspirar a nada
como mejor fórmula de seguir viviendo,
imitar al débil que se va dejando
a pasos muy lentos en busca del sitio
donde está el PRINCIPIO.
Vestirse de luz y amar el desnudo,
sentir que te inunda esa armonía cósmica
a la que perteneces,
vivir en el tantra de la inoperancia:
wu wei, wu wei, wu wei, wu wei…
No forzar las cosas ni exigir la vida
y sentir que todo se va diluyendo
“en humo, en polvo, en sombra, en nada”
O sentir el eco de aquellos susurros:
“Quedeme y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y déjeme
entre las azucenas olvidado”.
Postdata limitada:
Los mercados se arruinan, diez millones
de coches en las filas del asfalto
y el papa en procesión en Cuatro Vientos.
Wu wei, wu wei, wu wei, wu wei…
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