Son muchos tantos miedos para seguir viviendo…
Ese miedo que exportan las iglesias
para que nadie vuele por sí mismo,
el miedo a no saber medir el tiempo,
tal vez por no sentir angustia y miedo,
el miedo que se cuela en nuestras vidas
todos los días del año, disfrazado
con gorro de mercados y trabajo,
con antifaz de enfermedad oscura,
o el miedo a descubrirnos racistas y violentos…
Son tantos esos miedos para seguir viviendo…
Pero es acaso el miedo más intenso
-me confieso sujeto con nombre y apellidos-
el que me identifica
sin buenos ventanales
que miren a la calle,
sin unas buenas redes
que griten mi existencia
al lado de los otros,
esos seres pequeños, diminutos,
-con los que yo discrepo casi siempre-
que pueblan las aceras simplemente
cargados, como yo, con sus defectos.
Necesito los ecos de mis ecos,
un simple estoy ahí, como tú mismo,
en una senda incierta pero hermosa,
preñada de imprevistos y de miedos.
Es ese el miedo,
el miedo de los miedos,
el último empujón para seguir viviendo.
Tal vez el mismo miedo
de todos los que simplemente habitan
el espacio y el tiempo imaginarios:
vosotros, por ejemplo.
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