A ver si tiene lógica. Si quiero organizar tres acontecimientos de hoy mismo, de esos que rondan por ahí, por el imaginario del colectivo y de los medios, puedo seleccionar estos: hispanidad, código penal y ejército.
Me parece que, con los empujones que, desde todas las esquinas, recibe la realidad que pueda ocupar eso que se recoge bajo el paraguas de lo hispano, esto de la fiesta de tal nombre se ha quedado un poco capitidisminuido (debería haber usado otra palabra más corta en este contexto), empequeñecido y desinflado. No sé muy bien hasta dónde llega el subidón de patriotismo pero sospecho que, en la mayoría de los casos, se queda en tila y en descafeinado. Lejos de las expresiones militares, no parece que las ciudades y los pueblos de la Península se pongan ningún traje de fiesta.
No tengo ningún interés aquí en glosar ni la Historia, ni la geografía, ni los encuentros y desencuentros de las personas y de las comunidades que los protagonizan. Sí creo que se puede asegurar que no apasionan precisamente a la mayoría, y, desde luego, en España, este sentimiento está mucho más desvaído que en América o en otros países de nuestro continente. Salvo para los asuntos deportivos. A mí eso no me gusta. No creo caracterizarme por ir cargado con banderas por ningún sitio y me gustaría ser ciudadano del mundo, pero apelo también al reconocimiento de algún elemento simbólico en el que nos podamos reconocer todos y al que podamos acudir sin prisas pero sin escupir tampoco. Y no quiero renunciar ni a mis antepasados, como si fueran unos apestados, ni a mis convecinos contemporáneos, a pesar de todas mis quejas y reproches.
Por desgracia, uno de los símbolos al que se acude con más prisa es el de la bandera. Y se viene haciendo con más entusiasmo por lo que tradicionalmente llamamos derecha que por la también llamada tradicionalmente izquierda política. Y el exponente más radical es el del ejército y el de sus desfiles y expresiones públicas. Hoy mismo, casi todo el mundo se lleva como resumen de la hispanidad un desfile de los ejércitos por las calles creo que de Madrid. Ahí parece que se quintaesencia todo este simbolismo. ¿Tan difícil resulta hacer entender a los soldados que no son más que obreros al servicio de lo que le mande la sociedad civil y nada más? Un soldado no es más que otro operario que trabaja con los demás a España y a los españoles; un capitán no es más que otro encargado de grupo de barrenderos o de tejedores que trabaja con otros a Espala y a los españoles; un general no es más que otro jefe de sección de una nave industrial que trabaja con otros a España y a los españoles. Pero ¿qué se ha creído esta gente? La hispanidad es el sentimiento de los españoles, de los ciudadanos de aquí y de allí que crean, personalmente y en grupo, su forma de ir por la vida y nada más. Como cada español es único e irrepetible, eso de la hispanidad se diluye como un azucarillo en la teoría, y hasta se convierte en algo peligroso si lo intentamos forzar e imponer. Habrá que buscar algún equilibrio entre todos, desde el sentido común y desde la naturalidad. Pero también, si puede ser, sin huir de los demás, coño, que no apestan.
Y, desde esa extraña imposición, hasta otra tanto o más peligrosa. Cada poco tiempo se proponen y se aprueban modificaciones del código penal. Se puede argumentar que la sociedad cambia sin cesar y aparecen nuevas realidades que hay que ir regulando para que no se estropee la convivencia. De manera general, vale. Pero se advierte que cada día caminamos hacia una tipificación y hacia un castigo mayor de cada uno de los delitos que se tipifican. Qué error tan grave y de tan funestas consecuencias. Obviando aquí todas las teorías filosóficas y jurídicas que niegan la bonanza siquiera de la existencia de códigos penales, al menos tendríamos que apuntar a la recuperación de los que incurren en delitos como fin de cualquier código y no a su castigo y a su apartamiento de la sociedad. Con el castigo nada más, ni eliminamos conductas ni recuperamos a nadie, únicamente convertimos las cárceles en escuelas de delincuencia posterior. Si además legislamos al aire de la protesta pública, todavía lo empeoramos más. Es el caso, por ejemplo, de la inclusión de la cadena perpetua revisable y de todo lo que atufa a castigo y solo a castigo. Todavía espero que alguien me enseñe qué parte hay en una pena de venganza y qué de recuperación social del condenado. La primera no la entiendo y la segunda no la veo en estas leyes.
En fin, imposición de superestructuras en un solo día. Menos mal que los castañares de Hervás seguían impresionantes y resistiéndose al otoño. Qué placer pasear por los caminos que los surcan.
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