He asistido esta tarde noche a la representación de la obra “Aquí sobra un cura”; la obra ha sido puesta en escena por el grupo Esfinge Teatro. Jamás he dejado de aplaudir al finalizar una obra de teatro; en varias ocasiones lo he hecho por simple cortesía, hoy no he sido capaz de dar ni una sola palmada.
Me gustaría estar equivocado en mis impresiones, pero son las que son y no son precisamente las mejores.
Se trata de una comedia de enredo que busca hacer reír y pasar un rato. Para quedar mejor, muchos dirán que es lo que necesitamos en estos momentos de crisis y todas esas zarandajas. A lo largo de mi vida he asistido a muchas representaciones, he leído centenares de obras de teatro, he tratado de enseñar algunas cosas acerca del fenómeno teatral y de su desarrollo a lo largo de la Historia, tengo la sensación de haberme topado con creaciones teatrales de muy escaso valor. En fin, ni puedo ni quiero sacar pecho, pero tampoco me caigo de un guindo y algo sé de la materia.
Tengo la sensación de que jamás había visto en escena un bodrio tan degradante como este. Desde el principio hasta el final, y sin solución de continuidad, se han dado cita en el escenario, lo zafio, lo grosero, lo vulgar, lo ordinario, lo maleducado, lo chabacano, lo rudo, lo vacuo, lo patán, la falta de sensibilidad… junto con toda su familia de sinónimos.
El texto que sustentaba este ambiente degradado no alcanza ni la benevolencia del Altísimo, y la puesta en escena no cumplía ni las más mínimas exigencias.
No puedo -menos mal- decir lo mismo de los actores. Creo que casi todos ellos estaban muy por encima de la patochada que presentaban y no me extrañaría que se sintieran con la conciencia intranquila por dar un gato de tan mal sabor por una liebre. Entrar en otros detalles de la obra, después de esta descalificación tan ácida, no tiene ningún sentido.
Yo me he sentido totalmente estafado y hasta insultado en mi sentido común.
Hay una segunda parte en todo este asunto que, sin duda, adquiere una importancia muy superior a todo lo anterior, porque alcanza no a una obra sino a un grupo social y, tal vez, a una ciudad. Béjar es una población en la que se ha consolidado una afición al teatro bastante notable. Hay certámenes todos los años y por aquí pasan grupos y obras de muy buen nivel. Creo que este mismo grupo también ha participado en otras ocasiones. En la ciudad trabajan algunos grupos de teatro con muy buenos resultados… Todo esto nos podría llevar a pensar que la respuesta del público ante el tono de la obra de hoy sería de rechazo sonoro. Ni mucho menos. Los aplausos se han oído en muchas ocasiones durante la representación. Al final, la ovación ha sido sonora y continuada. He oído algunos comentarios (pocos porque salí por piernas y muerto de vergüenza) elogiosos.
Entonces, ¿qué sucede? ¿Estoy yo equivocado? Ojalá. Es tan estrecho, bajo y deficiente el nivel de sensibilidad de la gente? ¿Acaso era aquello algún concurso de chistes malos y zafios en vez de una representación teatral?
La sala de butacas estaba llena. Esta es una ciudad muy pequeña. ¿En qué medida era representación de la sensibilidad y de la forma de pensar de la ciudad la gente que allí estaba y que tan bien parecía pasárselo con aquel revoltijo de sandeces?
Prefiero no seguir tirando del hilo ni seguir enlazando causas y consecuencias, pero se me ocurren demasiadas; y no precisamente muy positivas.
Por cierto, de nuevo los valores femeninos también andaban por los suelos en el escenario. A la vista del jolgorio femenino de la sala de butacas, creo poder afirmar que también andaba arrastrándose por allí. Y con el contento de muchas. Qué pena. No oí ni una protesta. Estoy seguro de que algunas se ahogarían en el silencio y en la vergüenza.
En fin, otro día habrá más suerte. Porque peor es muy difícil.
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