domingo, 23 de diciembre de 2012

DE SUMMA TEOLOGICA

               DE SUMMA TEOLÓGICA
Joseph Ratzinger ha publicado un libro titulado “La infancia de Jesús”. A mis manos ha llegado como regalo en papel pero ya se puede leer en las redes sociales sin soltar ni un euro. Como todo lo que escribe un Papa resulta ser para los cristianos algo así como maná llovido del cielo en la peor época del hambre, pues es difícil encontrar una asociación en la que se ensalce más al líder en cuanto este se pone al frente de la misma. Entre las demás personas supongo que provocará cierta reacción de curiosidad y un no poco de risa a medio lado. Ahí está lo de la mula y el buey en el portal, o lo de los magos venidos desde Tartesos, o sea, como desde las playitas de Cádiz o algo así.
El autor se ha cuidado muy mucho de poner en la cabecera su nombre, aunque inmediatamente debajo escribe su cargo de Papa: Benedicto XVI. Hábil añagaza la suya que no sé si es pillada por todos los lectores y por todos los fieles. Se trata de separar la labor del cardenal teólogo de la del predicador Papa, que, en tal situación, correría el riesgo de tener que mostrarse infalible para los fieles, por su condición de pontífice.
En efecto, el libro -su lectura no exige más que un par de ratos- parte de la visión de un teólogo y también creo que se mueve en las disquisiciones de los teólogos. Los teólogos son unos señores muy raros empeñados en interpretar todo lo interpretable con tal de dar carta de naturaleza a todo lo que aparece en las escrituras según conviene a los intereses y a la doctrina oficial de la Iglesia. No son, pues, unos investigadores, en el sentido más etimológico del texto, sino unos componedores, una especie de alquimistas o magos que siempre parten de unos principios inalterables que tratan de aclarar con explicaciones de todo tipo, quedándose solo con las interpretaciones de los hechos y de las palabras que les convienen a sus propósitos. De tal manera que todo lo que no se ajusta a sus intenciones no sirve. Como se han arrogado para ellos solos y para lo que llaman su magisterio la interpretación válida de los textos, pues a ver quién les tose o les lleva la contraria. Y si el exegeta es el Papa, entonces ni se plantea la más mínima duda. Hasta ahí podíamos llegar.
Un investigador racional parte de unas hipótesis que considera válidas, y trabaja para consolidarlas. Pero, si de sus investigaciones resultan resultados diferentes a los esperados, no tiene empacho en reconocerlo y en cambiar las hipótesis del principio. Es la gran diferencia entre la razón y la fe, entre lo evaluable y lo que se impone sin rechistar, entre lo que puede ser alcanzado por el esfuerzo de cualquier humano y aquello que nos viene dado por los que se creen los únicos portadores de la llave filosofal.
Yo no hallo diferencias entre este texto y otros de carácter teológico. Todos me parecen errados en el método desde el principio. Aunque bien sé que no todos los teólogos se manifiestan con el mismo dogmatismo. El propio Papa en este texto a veces se muestra prudente y viene a reconocer las dificultades que se suscitan entre planos distintos:
 “Gracia y libertad se compenetran recíprocamente, y no podemos expresar la acción de una sobre la otra mediante fórmulas claras. Es verdad que no podríamos amar si antes no hubiésemos sido amados por Dios. La gracia de Dios siempre nos precede, nos abraza y nos sustenta. Pero sigue siendo también verdad que el hombre está llamado a participar en este amor, y que no es un simple instrumento de la omnipotencia de Dios, sin voluntad propia; puede amar en comunión con el amor de Dios, o también rechazar este amor”. Apenas nada, pero algo es algo.
El resto, desde mi punto de vista, confusión y enredo tras enredo, hasta tejer una madeja hermosa que no sé si sirve para quitar algo el frío o para dejarnos  más a la intemperie.
El ejemplo del pesebre como lugar en el que los humanos podemos ir a comer del alimento y de la gracia divinos es paradigmático de la verborrea mental en la que se mueve: “Agustín ha interpretado el significado del pesebre con un razonamiento que en un primer momento parece casi impertinente, pero que, examinado con más atención, contiene en cambio una profunda verdad. El pesebre es donde los animales encuentran su alimento. Sin embargo, ahora yace en el pesebre quien se ha indicado a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo, como el verdadero alimento que el hombre necesita para ser persona humana. Es el alimento que da al hombre la vida verdadera, la vida eterna. El pesebre se convierte de este modo en una referencia a la mesa de Dios, a la que el hombre está invitado para recibir el pan de Dios. En la pobreza del nacimiento de Jesús se perfila la gran realidad en la que se cumple de manera misteriosa la redención de los hombres”. Ya me contarán. No quiero hacer otras interpretaciones por no herir a nadie, pero me quedo con ganas.

Como reflexión para el solsticio de invierno, no está mal, aunque no esté muy al uso. Y, sin embargo, es lo que está en la base de todo este asunto. Lo de las mulas y los bueyes, pues eso…
FELICES FIESTAS PARA TODOS.

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