miércoles, 19 de diciembre de 2012

CAMPOS DE TIRO


En los Estados Unidos de Norteamérica -hay que recordar que algunos los llaman Astados Unidos y que existen otros Estados Unidos en su frontera sur-, un tal Adam Lanza se ha liado a vaciar cargadores de armas contra niños indefensos de una escuela elemental. Veintitantos muertos. Casi nada. Tragedias de este tipo se repiten con extraordinaria frecuencia en este extenso país. Parece como si sus habitantes hubieran cogido carrera desde la época de la conquista del Oeste y siguieran con la inercia de disparar a todo lo que se mueve, o que tal vez no organicen suficientes campeonatos de tiro al blanco. O incluso al negro.
Los medios -otra vez los medios- llevan una semana tratando de llevar a todos los hogares del mundo los planos panorámicos, largos, medios, de perfil, cenitales o de detalle de todo lo que allí ha sucedido. Y no pararán hasta que despellejen la personalidad del asesino múltiple. No es difícil adelantar el perfil del muchachito de las narices: la soledad, la familia desestructurada, el ensimismamiento, el rechazo a la sociedad, la imitación exagerada… Por ahí irán los tiros. Cuando se agote el tema, se apagarán los focos y a vivir, a seguir en las mismas. Hasta la siguiente, que no tardará en llegar. Eso si se han equivocado los mayas con eso del fin del mundo.
  Otra vez hay perfiles que a mí se me escapan y que me sitúan de nuevo en el margen de las páginas, con la cara de tonto y de enfado, y con la boca dispuesta a echar pestes contra esto y contra aquello.
Lo del dedo y la luna tiene aquí muy buen acomodo. ¿Cuándo esa sociedad papanatas de sí misma querrá mirar a los inmensos negocios de las armas y a todas las actuaciones sociales y políticas que fomentan la costumbre y el uso de las mismas? ¿Contra qué forajidos quieren descerrajar sus armas si ya no quedan más que los de guante blanco? ¿Esta gente no conoce aquel dicho que reza “muerto el perro, se acabó la rabia”? Ya sé que su epopeya se describe en las películas de oeste y nada más, pero bien me gustaría que rescataran algún símbolo más que esos rifles silbando por las peñas.
Tal vez al acabarse lo de las vacas, los caballos, los indios, las minas y las diligencias han pensado que las costumbres no hay que perderlas y por eso siguen divirtiéndose como lo hacían en el saloon. Lo malo es que ahora hay niños por el medio. O acaso sea más cierto que el campo de diversión y de tiro lo han extendido por todo el mundo. No hay más que abrir el mapa y señalar los sitios en los que estos aspirantes a vaqueros disparan con soltura y arman guerras.
¿Por qué disparan tanto los hombres del imperio? Se suele ir el gatillo cuando la mente se llena de miedo por algo incontrolado. ¿De qué tienen estos miedo en su casa y en todo el mundo? Tal vez ahí esté la luna y no el dedo.
La otra variante que más me hiela es de nuevo el papanatismo del resto de los súbditos del mundo a través de los medios de comunicación. La tragedia de los niños de Newtown es horrible. Pero esos mismos días, y los anteriores, y los posteriores, y los de más acá y más allá, siguen muriendo niños por millares, sometidos al hambre y al olvido. Y, en el mundo de la imagen, para ellos ya no quedan cámaras ni reportajes. Aquí manda el que manda. Y yo solo conozco una cosa peor que un esclavo, un esclavo y además agradecido a su dueño y a su amo.

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