La experiencia racional del ser humano termina reduciéndose a dos caminos que terminan en el mismo punto. El objetivo es dar luz a una idea que ha de incorporarse al sucesivo discurrir posterior sin necesidad de volver a cada momento sobre ella. Desde la idea más simple hasta el más abstruso tratado filosófico, todo se puede traducir en un ir y venir en la inducción y en la deducción.
En el primer método, son los ejemplos los que nos dan luz para terminar en el principio que los explica todos. Si yo dejo libre en el aire un objeto con peso, este tiende a caer al suelo. La experiencia la puedo repetir un número considerable de veces. Cuando noto que el resultado es siempre el mismo, termino mosqueándome y sospechando que hay algún principio que explica esa acción que se repite. Hasta el más torpe de los torpes tiene capacidad para esta observación. La curiosidad y el sentido común hacen el resto hasta llevarnos a aceptar eso que llamamos ley de gravedad.
El método deductivo camina en sentido contrario, pero llega a la misma meta. En este caso se parte de un principio y no se admite como tal hasta que la experiencia no me demuestra que se cumple siempre. Para el caso que me ocupa, alguien me describe los elementos de la ley de la gravedad y yo me pongo chulo declarando que no me la creo hasta que no la experimente y la vea en funcionamiento. Es entonces cuando quien me la ha descrito toma en sus manos un bolígrafo, por ejemplo, y lo deja suelto en el aire. Y este cae. La experiencia se repite y, a la décima o a la vigésima vez, mi mente se abre y termina reconociendo algo así como esto: “Coño, pues va a ser verdad”. Y cuando observo la experiencia en la centésima vez, entonces ya me la creo del todo y la incorporo a mis criterios de razón.
No conozco otras formas de razonar que no sean estas. Ni creo que las haya, salvo la mezcla de ambas
El asunto no es que ahora me interese ningún principio teórico como tal. Es que creo que en la vida tendríamos que actuar siempre desde estos dos principios. Y esto tanto en lo más elemental y sencillo como en las decisiones más complejas y decisivas.
Quizá es que la teoría se presenta muchas veces más sencilla que la práctica, pero tengo la impresión de que en demasiadas ocasiones este esquema mental se nos pierde por el camino y todo lo supeditamos al interés personal y único, olvidándonos de que la meta es el principio, la verdad que afecta no solo a mi caso sino a todos los componentes de la sociedad.
Escucho y leo aparentes razonamientos que parecen explicar la vida, en quejas o en alabanzas, solo desde el caso particular y desde la situación individual. Y no quiero ser yo el que niegue el valor del individuo como tal ni el hecho de que acaso la realidad pase por nuestra propia mirada, ni siquiera el valor del interés como acicate y empuje en la vida. Pero quiero pedirme y pedir altura de miras y panorámica en la visión. Al menos entre la gente que se deja oír, por puesto social o por teórica formación.
Y ahora, por practicar el método deductivo, debería señalar algún ejemplo. O, si hubiera querido ejemplificar el método inductivo, tendría que haber empezado por los ejemplos para terminar con el enunciado de la mirada alta y panorámica como principio. Un par de ejemplos, pues.
Primer ejemplo. Quien mire el mundo de los desahucios solo desde su propia situación estará realizando un acto poco racional y escasamente productivo para la comunidad. Una discusión serena acerca de la propiedad individual y colectiva debería tener mucho más alcance que la presentación en una televisión de un caso particular cargado de dramatismo y de morbo para el espectador menos avezado.
Segundo ejemplo: clasificar la bondad o la maldad de las personas, o su amistad o enemistad, sus excelencias o sus miserias, según el provecho personal que de ellas pueda extraer tampoco parece que sea demasiado racional.
Siempre me excuso de no ser más explícito y de no bajar a niveles demasiado próximos y reconocibles: no tengo ningún interés en herir a nadie. Y, además, puedo estar equivocado. Pero cada cual sabrá oír lo que le parezca mejor.
No se trata de pedir héroes (yo no tengo derecho de exigir eso a nadie) sino personas que se eleven desde la anécdota a la categoría, desde el ejemplo hasta el principio. Es la categoría, creo, la que tiene mayor alcance y poder de transformación. Y, por supuesto, sin quitar mérito a las labores personales.
1 comentario:
No se deben decir tacos.
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