miércoles, 5 de diciembre de 2012

ES APENAS UN BLANCO QUE LO VEÍA TODO


El frío escurridizo de la tarde se ofrecía en contraste con un sol que doraba las últimas hojas de los moribundos robles. Era el norte frente al sur, la luz contra la sombra, el desconcierto jugando a ser más alto. Allí arriba, la sierra con sus nubes y sus hielos, en otras latitudes. Qué lejos las honduras del mar y del abismo. Otro abismo más alto se fundía en el mar de las estrellas. La noche se acercaba con sus primeros pasos. Allá, en el horizonte, en el confín del tiempo y del espacio, me dieron este texto, llegado de las costas de otros mares. Me senté torpemente y leí:
“No, no son hierbas en el morado campo, ni es tampoco un atardecer ni siquiera un árbol con una gruesa corona de follaje. Es apenas un blanco que lo veía todo. Contra él se recorta un trecho de cielo que empieza a arder, rajándose de lado a lado hasta reflectarse en el interior de una pupila que mira directamente hacia el frente, inmutable. Dentro de ella se refleja otra pupila que le devuelve la mirada y ese reflejo a su vez espeja a otra y esa otra a otra y a otra y a otra: el último reflejo es el de una calavera. Sus cuencas vacías se agrandan aceleradamente invirtiéndose en dos pelotas cristalinas que ruedan por el piso. Un grupo de pequeños juegan a las bolitas, todos ríen. No, no son niños sino una formación de focas amaestradas en una piscina al centro de un inmenso auditorio. Grandes glaciares comienzan a recoger los tonos multicolores del público que las aviva. Las focas reptan por esas planicies y  se lanzan al mar helado. Es una estampida de mugientes animales arrojándose en tropel por un abismo. El abismo son las cuencas de la misma calavera reflejada en el interior de dos ojos muy abiertos que miran fijamente. Los ojos comienzan a incendiarse; un grito desgarra el auditorio, es una pregunta, no, es un grito, no, es un gemido apenas audible: está vacío, no hay nada, nada. Una multitud de seres famélicos agitan tarros vacíos gritando “Está muerta, está muerta”. Es solo la figura de un niño encogido. No está muerta, está muerto. Los cuerpos hambrientos caen fundiéndose con el rayado de una muralla totalmente agujereada. Dice Mutter, no, dice Muerte. Un intenso fulgor quema la imagen y todo se va al negro. La multitud sigue gritando, peo no se ve. Sobre ellos se alza el hongo de una gigantesca explosión atómica, no, es la cara de una bella mujer proyectada en la pared. Las manos del niño se acercan y palpan a tientas el muro: madre, madre”
Con la luz del texto en mis manos y en mi mente, deshago los colores de la tarde y me invado a mí mismo haciendo renacer de lo más hondo las figuras más tristes y más bellas del recuerdo.
He de darle las gracias a Zurita y brindar con su saludo.

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