Se cubren las últimas horas de Semana Santa en una mezcla extraña que da un poco para todo y que no concreta seguramente nada.
Hay aspectos familiares, los hay religiosos, no faltan los sociales y abundan los meteorológicos.
La ausencia de Juan Pablo, que anda de diversión por las antípodas o casi y que volverá mañana por fin, después de quince días, se ha visto recompensada con la estancia -corta siempre y espaciada para lo que yo querría- de mi nieta, Sara. Ella ha alegrado los días del miércoles, del jueves y del viernes hasta el anochecer, cuando nos dejó. Con ella lo demás pierde importancia y se vuelve relativo. Porque ella es la alegría y la espontaneidad, ella me llena y me ocupa, nos llena y nos ocupa a todos, ella es la mejor muestra de que la esperanza existe, de que el futro y el esfuerzo merecen la pena, de que el estímulo da sus frutos en abundancia, ella es el placer del juego y lo más cercano a la felicidad. Cuando se marcha, ella sabe muy bien que yo me quedo un poco mustio; y, con sus tres añitos, me anima y me reconforta. Ella es un cielo, el mejor cielo que puedo imaginar.
No sé hasta dónde llegan los sentimientos religiosos de la gente. Este año los procesionantes no han tenido suerte en esta ciudad. Me cuentan que no ha salido a la calle ni una sola procesión por culpa del mal tiempo. La Semana Santa cumple en época muy variable, como es la primavera. Les sucede lo mismo con demasiada frecuencia. Bien que lo siento por ellos pues se quedan sin cumplir una ilusión, que cada uno ha creado a su manera y que en cada uno responde a una base personal. Por lo que a mí respecta, sigo sintiéndome atraído por el colorido de la liturgia, por los aromas de la primavera, por el colorido, por los silencios, por las esculturas y las composiciones, por las entreluces y por las vestimentas, y por toda la parafernalia que comportan estos hechos. Quiero decir que, aunque acudo a muy pocas precesiones, de vez en cuando me acerco y me lleno de estas sensaciones. Algo totalmente distinto es la racionalización de lo que veo. En esa situación, los palos del chozo se me vienen abajo y me quedo a la intemperie mental. Cada año suelo dedicar por estas fechas unas horas a la lectura de textos del Libro. Este año no lo he hecho, aunque aún me queda algo de tiempo. Siempre me río con algunos de los procesionantes cuando me dicen que nunca han leído los evangelios y yo les cuento que los leo con frecuencia. En fin, así son las cosas. Para rematar, esta sobremesa he vuelto a ver la película “Así en el cielo como en la tierra” y, como contraste, me ha dejado desinflado, por ser visión en forma de comedia, pero desde la razón, de todo el asunto religioso. Me sigo preguntando por qué se ha sacado prácticamente de la Semana Santa el domingo de resurrección siendo así que es la esencia de todo el asunto, lo que podría dar sentido a lo anterior. Parece que a la gente le va más la marcha de la cruz y del castigo que la de la resurrección y la vida, que le impresiona más el dolor y la amargura del dios del madero que el poder del que anduvo en el mar. Qué extrañas formas de vivir el hecho religioso en cada persona y en cada región.
Los del sur además lloran y muestran el desconsuelo por no poder procesionar; como si les fuera en ello la vida. Se me ocurren para ellos dos preguntas absolutamente ingenuas: a) ¿Por qué no pueden repetir la procesión que no se haya logrado un día de Semana Santa otro fin de semana con buen tiempo a lo largo de toda la primavera?; b) ¿Por qué venden tanto eso que llaman levantá, o salida, o entrada, y que, aparentemente, se resuelve en que un paso no roce una esquina de una puerta de la iglesia o algo así? ¿No es más sencillo mover el paso desde la vista exterior y sin tanto esfuerzo ciego y absurdo? ¿De verdad que su religión no tiene otros gestos más prácticos y hondos? Misterios de la vida e ignorancia mía.
El tiempo meteorológico no se ha aliado precisamente con las procesiones. Qué le vamos a hacer. En esta ciudad no ha parado de llover; como si se tuvieran que olvidar todas las sequías. Buena parte de la nieve de la sierra se ha ido camino del mar y del olvido; el río viene desde hace bastantes días crecido como yo no lo recuerdo e incluso impide pasear a su lado por buena parte del llamado Camino de las Fábricas; los caminos y los arroyos parecen ríos y cualquier pequeña llanura una vega anegada. Todo ello ha retrasado el arranque de la primavera y mantiene a muchos árboles a la espera de echar sus flores y sus hojas. En cuanto se serene el cielo y el sol se detenga un par de días, el suelo y la arboleda estallarán y estos parajes serán más lujuriosos. Hoy mismo el paraje de La Francesa lucía unos rayos de sol que iluminaban la presencia de varios ternerillos en los prados. Allí fue otra vez el gozo y el descanso, el placer de la naturaleza y el sentimiento de que la vida se salva en cosas pequeñas y sencillas, baratas y al alcance de la mano.
Enseguida volverán las disputas en los medios, la sensación de que todo anda manga por hombro, la selección de la mala hierba en medio del resto del prado y la inercia de todas las inercias. Pero la luz se habrá ganado sitio y nada ya podrá con el empuje de lo que ha de ser vida.
1 comentario:
En efecto, ya lo dijo el poeta:
"¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!".
Saludos.
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