Llevo varios días en la lectura de algo así como una secuencia ordenada de la Doctrina Social de la Iglesia. Las razones no vienen al caso. Esto me ha permitido poner al día de chapa y pintura lo esencial de toda esta doctrina y de este pensamiento. Guste o no guste, es el fondo difuso -y a veces muy preciso y vistoso en la calle y en los medios- de lo que envía como mensaje esta institución de la iglesia a media humanidad. Por eso, y por decencia intelectual, hay que repasarlo y repensarlo. Sin prejuicios y sin ataduras. Seguramente en ese repaso habrá muchos elementos de convergencia y otros muchos de divergencia.
Porque los prejuicios, creo, siguen estando en ellos. Quiero decir en casi todos los que se erigen en armadores de toda esa doctrina. Desde la Rerum Novarum, 1891, de León XIII, pasando por otros textos como Quadragesimo Anno, Mater et Magistra (1961), Pacem in Terris (1963), Gaudium et Spes del Vaticano II, Laborem Exercens (1981), hasta los últimos escritos del ¿dimitido? Benedicto XVI: Caritas in Veritate, todas reflexiones de los papas -que son palabra de Dios para ellos- se mantienen en el mismo principio.
Hasta donde yo llego, y si tuviera que explicarlo con la sencillez de un niño, diría que ellos piensan que todo está fundamentado en la creación del hombre por Dios, en la relación INDIVIDUAL del ser humano con ese Dios. Todo ello está en la base del desarrollo vital de cada ser humano como individuo único e irrepetible. Lo demás es desarrollo de esa máxima.
Enseguida empiezan a echar marcha atrás y a poner peros al considerar lo elemental y a todas luces real del desarrollo colectivo de la persona y de las influencias que el medio ejerce en el ser humano. Pero de ninguna manera sueltan la defensa del ser como uno y como único en la relación con el dios de su religión.
En realidad lo que parece esconderse en esta base es el temor a soltar el dominio de la persona en manos de la colectividad. Es como si temieran que la guía del ser humano pasara del Dios al Estado o a la colectividad. Como ellos se han erigido en intérpretes de esa voluntad divina, todo queda en sus manos y, en realidad, esa relación individual entre el ser humano y Dios queda falseada por las doctrinas de sus intérpretes. Parece que todo encaja bastante bien y se entiende la reticencia a valorar el sentido social y colectivo de la persona.
Eso sí, como para lavarse la conciencia, se manifiestan por todas partes con la coletilla de que es bueno tener en cuenta a los demás y practicar con ellos la caridad. Por eso toda esa moral católica del mercadillo solidario y de la perrita para el Domund, de las colectas caritativas y de los donativos a las instituciones, de los regalos y de las comidas de los pobres… Todo eso es complementario de la base del individuo, de la propiedad privada y del derecho y la bondad del enriquecimiento.
En esa moral entre el individuo y el dios, ¿quién le pone los límites a la justicia y a la caridad? Sencillamente nadie en forma social y pública; siempre queda todo a la decisión de quien tiene que practicar la caridad. Y siempre reparte de lo que le sobra y como elemento complementario.
Por eso la doctrina social de la iglesia se ha desarrollado desde el momento histórico en que germinaban los movimientos sociales de la revolución industrial y las teorías marxistas. Hasta entonces simplemente no había habido necesidad de salir al paso de algo que ponía en peligro las interpretaciones de las leyes divinas y que arrebataba la dependencia del ser humano de algo externo a él pues se le planteaba por primera vez de manera sistemática una teoría racional desde el ser humano y para cualquier ser humano. Y eso les llevó, desde el primer momento y de manera radical, a la negación del marxismo y de todo lo que pudiera contener de social y de organización desde la racionalidad.
Analizar las manifestaciones teóricas, pero también las prácticas en las calles y plazas, en los últimos años y en el último siglo termina siendo relativamente sencillo desde esta perspectiva.
Siempre la iglesia ha ido a rebufo de los acontecimientos sociales y políticos. No puede ser de otra manera: su base no le permite otras maniobras pues su moral se basa en dependencias de elementos no racionales y no puede dar el salto al cambio continuo de la Historia; solo se va adaptando como buenamente puede a lo irremediable y a lo que se va incorporando como evidente. Lo peor es que, cuando lo hace, encima saca pecho y se proclama defensora desde siempre de lo que ha estado negando y persiguiendo hasta el día anterior.
Muchos miles de millones de persona se han arrimado, aunque solo sea formalmente, a ese esquema moral durante los dos mil últimos años. No es bueno tirarlo todo a la basura sin pensar por qué ha sucedido tal cosa. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, reza el refrán. Quizás. Pero ese algo es un pronombre demasiado indefinido como para no pensarlo y desguazarlo, y así separar el polvo de la paja. Pero esa es tarea más larga.
En todo caso, apuntar algo tan elemental como el hecho de que todos tendemos, en el fondo, a asomarnos a algo que nos parece de derecho natural, como fundamento de lo que es más permanente, y que la iglesia aproxima a su moral divina, nos podía iluminar bastante. Por ejemplo.
Sigo pensando que la moral es necesaria, como lo es la ética. Una vida sin estos fundamentos no es tal, o al menos no puede ser considerada propia del ser humano. Pero una moral y una ética que procedan del sentido común y del razonamiento sereno de la persona, de la experiencia histórica y de la visión hacia un futuro mejor y menos desigual.
Para ello no hay que ser demasiado lince ni hacerse portador de nada que no sea la capacidad del ser humano para el pensamiento, para la bondad y para el sentido colectivo de la realidad.
Después vendrá el análisis de cada elemento concreto de la realidad: matrimonio, propiedad de bienes, aborto, comercio, ecología, salarios, organización del trabajo, organizaciones políticas y sociales… Pero los principios son algo demasiado importante como para no tenerlos bien en cuenta antes de ponernos a la obra concreta.
El dios que interpreta la iglesia oficial es de derechas y políticamente les viene muy bien a algunos. No sé si el de otras interpretaciones lo será también. Tengo dudas razonables. De que sea, y de que sea de derechas.
1 comentario:
Le preocupa a usted mucho la religión. A mí no, por suerte ni creo en Dios ni soy católico.
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