Hace tan solo unos días veía con sorpresa una notica en la que se daba cuenta de la labor de un señor paisano de Salamanca que andaba creando colchones a los que incorporaba una pequeña caja fuerte con su llave y su combinación correspondiente, como si de un minibanco se tratara. Este colega es un avispado pues se ha adelantado a lo que realmente vamos a tener que hacer todos aquellos a los que no nos haya dado por gastar el último céntimo en vinos de fin de semana.
En Chipre, la Unión Europea, que yo cada día sé menos qué cosa representa, ha impuesto a todo el que tenía unos ahorros una quita (del verbo quitar: que se lo ha quitado) de no sé qué tanto por ciento. Vamos, que se ha quedado con la mitad o más de sus ahorros, como quien oye llover y está tomando un café calentito en un sofá del bar.
Dos salvedades se me ocurren de inmediato. La primera es que esto parece que no les afecta a todos aquellos que no tienen nada de lo que les puedan “quitar” pues bastante tienen con mirar para el cielo y pedirle que acelere porque no hay manera de que llegue el fin de mes. La segunda es la de que, en situaciones de dificultad, los que más tienen deben ser los que más aporten. Así dicho, hasta dan ganas de firmar.
Lo malo de todo esto es que el asunto es una imposición a palo seco de un sanedrín que viene predicando a diario el liberalismo como solución a los problemas que ellos mismos no hacen más que agrandar. De modo que, cuando hay ganancias, déjese al mercado que corra a su aire y que los poderosos sigan haciendo los bolsillos más grandes y las cuentas con más ceros; y, cuando las cañas se tornan lanzas, entonces a repartir los sacrificios y a someterse a los dictados de los que, desde el despacho, cuadran las cuentas para que la ortodoxia del mercado no se tuerza.
Hace muchos años, la izquierda suspiraba por la entrada en Europa. Los más jóvenes tal vez no saben que aquello quería decir aproximarse a las costumbres, a la escala de valores y a las libertades de que gozaban en otros países; en manera alguna tenía que ver con la avaricia de los mercados ni con las grandes multinacionales que dictan las normas con guante blanco, con pluma de oro y en papel de seda. Hoy la situación es muy distinta. El tiempo no pasa en balde, pues el tiempo pasa, que es lo que siempre pasa, y el panorama es bien diferente.
Hoy los grandes organismos son los que deciden desde sus cuevas bien surtidas y servidas por los lacayos. Casi todos los gobiernos en la Unión son de derechas -poca gente destaca este hecho-, el FMI parece haber estado dirigido en los últimos años por discípulos de Alcapone (Rato, Strauus-Khan y Lagarde), las multinacionales quitan y ponen rey a su antojo, y los países siguen mirando solo para dentro de sus fronteras. Así, el más poderoso ordena y manda, quita y pone, ordena los tiempos e impone castigos o premios.
Algunos quisimos ser Europa no por los mercados sino por la racionalidad y por la posibilidad de pensar y de decir con tranquilidad. Hoy la vieja Europa anda hecha unos zorros y no sé si Júpiter se atrevería a visitarla ni en una vaquería. A pesar de su incontinencia amatoria, acaso no le cogería ni un apretón de primavera. Salvo que el señor del colchón les hiciera un precio de amigos y pusiera la cama gratis.
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