Desde mi terraza veo ondear en la otra parte del río una bandera tricolor. Catorce de abril. Día de la República.
No me resulta sencillo saber hasta dónde y entre cuánta gente se guarda ahora mismo la memoria del sentimiento de la forma republicana ni lo que han significado las dos que en la historia de España han existido. Tendría, por tanto, que refugiarme en mí y en mis experiencias y lecturas para emitir opiniones.
Sí sospecho que cada día es mayor el número de personas que defienden la proclamación de esa tercera república en España. Los representantes actuales de la monarquía no han hecho mucho en los últimos tiempos por su defensa y se ha abierto la veda en los medios de comunicación en las críticas a la institución real.
Llevábamos casi cuarenta años en los que el tema parecía tabú y todos, en consenso tácito, callaban o incluso elevaban al séptimo cielo cualquier gesto realengo; de ese modo, se había creado un ambiente almibarado y dulzón de todo ese mundo en el que tan bien se movían los negocios de todos los mandones de los medios de comunicación, especialmente los llamados del mundo rosa. Como por naturaleza la institución tiende al inmovilismo, los poderosos se sentían también como pez en el agua y pescaban a manos llenas. Así hemos tirado durante muchos años.
Hoy todo parece bastante cambiado. La izquierda, como puede y desde las escasas oportunidades que tiene en los medios, azuza su opinión favorable a la república. Algunos medios de comunicación de derecha han abierto sus páginas a la crítica monárquica porque todo vale con tal de ganar lectores o espectadores, no porque tengan interés ideológico en defender la monarquía. Otros siguen impertérritos en la defensa a ultranza pues la monarquía es casi su seña de identidad. La gente mayor mantiene algo así como una mezcla de sueño y de agradecimiento a la figura del presente rey por su actitud y actividad (yo no tengo este asunto tan claro) el 23 F. Los más jóvenes, desligados históricamente de este hecho son los más alejados de todo lo que huela a monarquía.
De modo que casi todo viene de nuevo a resolverse en un conflicto de intereses de grupos y de puntos de vista un poco estrechos.
A uno le interesaría que la defensa o el rechazo vinieran sobre todo de las bases ideológicas que puedan justificar o no un sistema como ese. No veo que las discusiones se planteen en ese nivel. Una vez más. Creo que es la base para después defender con solidez cualquier postura.
Pero es que, ay, me parece que este asunto no tiene un pase racional. Pienso además que hay mucho defensor que lo sabe pero no se atreve a reconocerlo porque se le caerían todos los tejados de su defensa. ¡Reyes y en el siglo veintiuno! Por favor, ni los Reyes Magos. Castas, privilegios, exenciones de ley, papanatismo al por mayor, opacidades de cuentas, herederos porque sí, siervos… Qué barbaridad. Ni un pase mental tiene eso. Por eso tal vez hay gente que prefiere sencillamente no menearlo para que no huela tan mal.
Para ser honrado con mi conciencia, no tengo tan claro que, en la práctica (protocolos, gastos, elecciones, enfrentamientos…), resulte tan nefasto como se aparece en la teoría. Tampoco que aporte beneficios sobre otras fórmulas.
En todo caso, todo esto debería resolverse con normalidad y sin demasiadas estridencias en el siglo veintiuno. Históricamente, cada cambio de formato ha supuesto un enfrentamiento sangriento. Hoy no debería producirse nada de eso, si la gente decidiera cambiar la fórmula: se trataría de formatos, no de personas ni de despreciar ni ensalzar tontamente a nadie.
Allí sigue la bandera ondeando al aire de la tarde. Parece como si se quisiera elevar hacia lo alto frente a la sierra en otros aires de libertad más intensos.
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