Y sin embargo, este recuelo de la memoria me ha devuelto a mí también la puerta abierta del pasado y el aire limpio de la imaginación. En mi caso desde la lectura, desde la distancia, desde la inexistente servidumbre, desde el agradecimiento de quien se ve servido por otras imaginaciones que le ponen delante de los ojos historias especiales, alejadas de lo mostrenco, historias que levantan de la nada edificios circulares y con cristales de plata y oro en los que uno se sumerge y se convierte en otro ser viviendo lo distinto, lo diferente, lo que menos puebla las aceras de cada día, lo que uno querría para una realidad superior.
Por este libro de Juan Cruz, yo creo que muy bien escrito, corren los egos de muchos de los principales autores en los que uno ha bebido en muchas horas de ensoñación y de levantamiento de la modorra, en horas y horas de búsqueda de consuelo o de desconsuelo, en esa otra forma de matar el tiempo con otro tiempo diferente.
Es verdad lo de los egos. Acaso sean inevitables. Yo los aborrezco, sin embargo; tal vez porque no tengo la capacidad de exhibir ninguno propio. No porque existan sino por no saber retirarlos inmediatamente y por no darse cuenta sus cultivadores de que la vida se nos va en cuarto y mitad de casi nada. Y después todo es nada -“tanto todo para después ser nada”- Por cierto y, en cuestión de egos, en el libro se vienen a confirmar una vez más las peores sospechas y noticias de las que ya teníamos constancia. De toda la pléyade de creadores son Cela y Umbral los más destacados en el cultivo de la vanidad; sobre todo de la grosera vanidad, esa que los pone en algún momento del otro lado de la pared, por más que su literatura siga estando ahí. Los que pensamos que separar la creación del creador es casi imposible también exigimos un poco más una relación de coherencia entre ambas aristas. De ese modo, no es fácil perdonar al cebón de Cela (pido disculpas por esta aposición negativa) ni al Cela chivato (por esta no voy a pedir perdón); ni resulta fácil entender las actitudes de Umbral -sobre todo en sus últimos años-, por más que sea el autor de ese maravilloso texto que se titula “Mortal y rosa”.
Pero a mi imaginación han vuelto las páginas de muchos libros de los autores a los que tanto tengo que agradecer: Vargas Llosa (ante el que también siento alguna reticencia en lo personal), Carlos Fuentes: Onetti, Borges, Cortázar, Juan Benet, Rafael Azcona, Cabrera Infante, Juan Marsé, Francisco Ayala, Caballero Bonald, Ángel González, Manolo Vázquez Montalbán, Paco Brines, Fernando Savater, Félix Grande, García Márquez, José Agustín Goytisolo, Octavio Paz, Mario Benedetti, Neruda, Sábato, Saramago, Günter Grass, Susan Sontag…
Todos son de primera fila y todos ofrecen esquemas literarios que se salen de lo repetido y de lo insustancial; incluso los del párrafo de más arriba.
Como se ve, casi todos son creadores en prosa, aunque, siempre que pueden, se acogen al valor de su poesía como a un clavo ardiendo. Las grandes editoriales -y Alfaguara lo es- han sucumbido siempre al criterio más comercial y han aumentado la rueda del público para la novela. Nada que objetar en el mundo en el que vivimos. Todo se entiende.
Pero habrá que recordar alguna cosa más. Por ejemplo que existen generaciones más jóvenes que empujan sin cesar. Por ejemplo que existen muchos más autores peninsulares que merecen mucho respeto, aunque es esta selección de recuerdos aparezcan en número menor. Por ejemplo que el mundo de la poesía es minoritario y escasamente comercial pero que sigue siendo la punta de lanza del sentimiento y del uso especial de la palabra. Por ejemplo que siguen existiendo autores que no van a la pasarela pero que resisten cualquier comparación aunque queden en el olvido. Por ejemplo que el mundo del editor -en una editora de largo alcance- tiene que resultar contradictorio y agotador a la hora de atender tanto ego. Por ejemplo…
Todo se puede dar por bueno si se abre la mirada y la fotografía se hace panorámica. El agradecimiento de los miembros de la tribu, a pesar de todos los pesares, tiene que ser grande y sin reticencias.
“El porvenir actúa en golpes de teatro”; quizá, entonces, no merezca la pena robarle todo su protagonismo sino repartirlo sabiendo que todas las torres caen y todo al fin se ha de convertir “en humo, en polvo, en sombra, en nada”.
1 comentario:
Pelín pasada de moda la expresión esa de estrecha ciudad: en todo caso estrecha físicamente pero ancha de pensamiento.
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