miércoles, 24 de abril de 2013

EL PROSLOGION DE SAN ANSELMO

San Anselmo de Aosta es uno de esos teólogos-filósofos medievales en los que se fundamentan las posteriores teorías acerca de la demostración de la existencia de Dios. Vaya un empeño el de este buen hombre. Nada menos que a finales del s. XII buscando recovecos para llenar un intento de esto es así y tiene que ser así.
Como ya he me he escrito en otras ocasiones, cualquier teólogo -si es religioso y además alto cargo eclesiástico, ya es el no va más- parte de la creencia en un dogma; a partir de él trata de ajustar cualquiera de sus invocaciones, conjeturas, explicaciones y esfuerzos mentales: “Neque enim quaero intelligere ut credam; sed credo ut intelligam. Nam hoc credo quia, nisi credidero, non intelligam” (No busco entender para creer, sino que creo para entender. Y también creo esto: que si no creyera no entendería). Eso, desde el punto de vista racional, es una trampa porque, en cuanto no se ajusta lo que se va hallando en el razonamiento con el punto de partida, todo se da por malo y equivocado. También se ha dicho aquí -aquí ya se han dicho muchas cosas- que la modernidad se puede resumir en la separación de la razón y de la fe, y en la preminencia de la razón cuando no se ponen de acuerdo razón y fe.
San Anselmo es un ser medieval y es además un clérigo fideísta, platónico y ortodoxo. Lo que escribe es consecuencia de esto.
Pero San Anselmo no es un tipo cualquiera y a sus argumentos, a pesar de todo, se sigue acudiendo, en esa necesidad que parece innata en el ser humano de tratar de entender el sentido de su vida y la posibilidad de un ente que regule todo esto que nos rodea y que nos conforma. Aquel mantra repetido con variantes en todos sus argumentos de que “Dios, pues, es aquello mayor de lo cual nada puede pensarse” me recuerda a muchos argumentos sofistas que parecen hermosos formalmente pero que, si los planteas en variantes negativas o en otros contextos, se caen un poco de las manos.
Pero me gusta que, aunque no sea de manera absoluta, se plantee ese dios como algo positivo y no como ser dispuesto al castigo y a la pena. Ya digo que solo parcialmente, pero me gusta. Por ejemplo en el brevísimo capítulo XVII en cuyo título reza “Que en Dios hay armonía, aroma, sabor, suavidad, belleza a su modo inefable”. A su modo inefable, no a nuestro débil alcance, no siendo que no lleguemos desde nuestra cabecita a esa total perfección. Tal vez así nos evitemos también la evidencia de que la idea es nuestra y desde nuestra deficiencia no se puede construir mentalmente ese “aquello mayor de lo cual nada puede pensarse”. O sea, que ese Dios no sea más que un pensamiento, una creación y un sueño humanos.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

En realidad algo creado por nuestra imaginación a modo de placebo para combatir esta vida diaria.