domingo, 21 de abril de 2013

TODOS SOMOS CLÁSICOS, PORQUE SOMOS HUMANOS


Hace tan solo tres días asistía a una conferencia, en el IES Ramón Olleros, con este título: “Picasso y el mundo grecolatino”. Los departamentos de lenguas clásicas andan empeñados en recordar a todo el que quiera oír que las ideas grecolatinas siguen vigentes después de tantos siglos. Es su obligación arrimar un poco el ascua a su sardina, pero además les acompaña la razón y la evidencia. La conferencia la impartió -el año pasado ya lo hizo también- Juan Antonio González Iglesias.
En este caso, la ejemplificación se hacía desde el mundo del arte, y, más concretamente, desde el de la pintura. Se puede hacer lo mismo, y entonces las posibilidades se tornan casi infinitas, desde cualquier variable vital.
En el mundo clásico, resultaba básico el concepto de Mímesis o Imitatio. A ningún creador se le caían los anillos por imitar y hasta copiar a cualquier maestro coetáneo o anterior. El principal empeño tenía tres pasos: imitar, variar la forma, y superar el modelo. Por eso los motivos se repiten tanto desde un modelo que se considera clásico, por eso se habla de clasicismo y por eso el canon recuerda siempre a lo clásico. Es como si hubiera que hacer siempre lo mismo pero de manera distinta.
Algo muy parecido sucedió en nuestros siglos de oro. Por eso se habla de vuelta al mundo grecolatino, por eso se pueden identificar y seguir con tanta facilidad lo que llamamos temas clásicos (renacentistas o barrocos) y por eso el canon para esa época está tan definido.
A partir del romanticismo más temprano, todo se vino abajo. Desde entonces, y de manera más acusada en el siglo veinte, el ideal no es la imitación sino el rechazo y las vanguardias, la innovación, lo diferente, el rechazo de lo anterior. No hemos vivido precisamente en el mundo más clásico si lo miramos desde esta perspectiva.
O tal vez no sea para tanto porque las apariencias a veces engañan. El ejemplo de Picasso podría servir de escarmiento y de precaución. El pintor malagueño parece representar la mayor innovación pictórica del siglo pasado; él es el mejor considerado de todas las vanguardias, él es el rompedor de los rompedores.
O quizá no tanto. Es verdad que la presentación formal de muchos de sus cuadros resulta muy novedosa, pero conviene saber de qué materia arranca y qué elementos son los que modifica. Pues mira por dónde, resulta que muchos de sus motivos están en lo más clásico del mundo grecorromano. Las Metamorfosis de Ovidio y su ilustración por Picasso muestran bien a las claras el empeño que el pintor puso en refrescar el mundo clásico antiguo, un mundo del que cabe suponer su ignorancia y que se le vino encima con el conocimiento (¿lectura?) de las Metamorfosis y con la casualidad de haber encontrado en un pueblo costero la presencia de un profesor de lenguas clásicas que le descubrió este universo. A partir de la ilustración de este libro clásico y del reconocimiento del mundo grecorromano, se pueden comprender muchos de sus cuadros, incluido su estandarte: El Guernica. Y todo un poco por casualidad, porque la figura de la persona -no del dibujante ni del pintor- Picasso se empequeñece al comprobar que ni sabía latín, ni controlaba la cultura clásica, ni era un hombre de una formación sólida, ni muchas otras cosas.
Seguramente todo viene a explicarse, una vez más, porque, en realidad, las ideas desde las que crear son muy pocas, por más que sus variantes sí sean infinitas. Estas ideas básicas ya existían en el mundo grecorromano (alguna tal vez consolidada entonces y alguna otra procedente de otras culturas próximas) y la Historia no ha hecho otra cosa que modelarlas y ponerlas un poco al día según las circunstancias. La humanidad ha innovado mucho en la técnica; no sé si se puede decir lo mismo en lo que a ideas básicas se refiere.
Sería tal vez bueno aminorar también a Picasso un poco, dejarlo en un pedestal menor y tomarnos las cosas con más calma. Sobre todo porque, si bajamos un poco del pedestal a Picasso, tal vez nosotros podamos escalar serenamente algún peldaño en el mismo.
En fin, que somos clásicos. Tal vez, sencillamente, porque somos humanos, que es lo más clásico que hay.
P.S. Una nota a pie de página: La existencia de la pintura y de toda la figuración occidental también es herencia clásica pues la tradición tanto árabe como judía huye de la representación en figura. Cosas del Libro.

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