Con frecuencia me quejo desde esta ventana de las exageraciones que creo observar en ciertos comportamientos y de las derivas incondicionales de muchas personas a favor de otras que, por la razón (o más bien la sinrazón) que sea, son sus referentes públicos o privados. Me quejo de los botellones místicos que se convocan cerca del papa, al lado o encima de los deportistas de élite, junto a los famosetes de turno, y así…
Pues yo a veces rompo incoherentemente este principio para dejarme llevar por el sentimiento más que por la razón. Lo hago con mi nieta, lo hago menos con el resto de mi familia y lo hago de vez en cuando con alguna otra persona que no es de mi círculo más próximo.
Tal vez la diferencia esté en el tipo de personas y en el de comportamientos que se elijan para esa incondicionalidad. Convendría que no ocurriera muchas veces, pero no sé cuántas ni cuándo tienen que suceder. En algunos casos no pienso ponerles límites.
Tal vez la diferencia esté en el tipo de personas y en el de comportamientos que se elijan para esa incondicionalidad. Convendría que no ocurriera muchas veces, pero no sé cuántas ni cuándo tienen que suceder. En algunos casos no pienso ponerles límites.
Entre los personajes públicos con los que me ocurre esto se encuentra José Luis Sampedro. He escrito conscientemente personaje, y no persona, no porque no me interese la persona, sino porque la persona, para mí, se ha convertido en símbolo, que es lo que perdura y con lo que me quedo, por más que las personas pongan cara a esa idea.
José Luis Sampedro acaba de fallecer a la edad de noventa y seis años. Hasta ahora mismo se ha mantenido con una vitalidad encomiable. Dicen, y me lo creo, que han sido sus ideas las que lo han mantenido vivo y en forma. Yo no lo he conocido personalmente, pero sí lo he visto en entrevistas, he leído libros suyos y siempre lo he seguido casi con devoción.
Era profesionalmente un economista, desde hace muchos años un escritor, y desde siempre un humanista pensador y filósofo. Decía que existían dos tipos de economistas, “los que ayudan a los ricos a ser más ricos y los que ayudan a los pobres a ser menos pobres” En otras ocasiones dejó perlitas como estas: "Mi única ambición ahora es morir como un río en el mar. Ya noto la sal"; "Esto acaba por degradación moral. Hemos olvidado justicia y dignidad"; "Me pueden apartar y jubilar. Pero no me pueden jubilar de mí mismo"; “Yo no puedo decir si hay Dios o no. Creo que no, pero no tengo seguridad. Ahora, tengo la seguridad de que el Dios que nos vende el Vaticano es falso, y lo compruebo leyendo la Biblia con la razón y no con la fe. Cuando creemos lo que no vemos, acabamos por no ver lo que tenemos delante”; "¿Libertad? Vaya a un supermercado sin dinero y verá lo libre que es”; “En 2000 años, la humanidad ha progresado técnicamente de forma fabulosa, pero nos seguimos matando con una codicia y una falta de solidaridad escandalosas. No hemos aprendido a vivir juntos y en paz”…
¿Cómo no voy a ser incondicional suyo? Pero es que, sobre todo, pienso que lo decía y lo cumplía; su testimonio de vida me parece tan importante al menos como su testimonio verbal. Ahí estuvo al pie del cañón hasta que su vida se ha apagado, quizás con todas estas lluvias, hasta perderse en el mar, a jubilarse por propia cuenta y sin molestar a nadie. Se lleva una imagen manifiestamente mejorable del mundo en el que él tanto empeño puso por mejorarlo; yo me quedo con una imagen nítida, recia y amable a la vez, sincera y simple, de un hombre que no tenía otra meta que la mejora de la sociedad desde la razón tranquila y firme.
Pasar los ojos por sus páginas era descubrir a borbotones la presencia de un mundo desigual y de un corazón ardiente dispuesto a azuzar cualquier conciencia con tal de dar mejor forma a toda esa realidad putrefacta. Y todo desde la convicción serena y natural de quien sigue en la duda siempre, pero también en la certeza de que el camino emprendido por nuestras sociedades no es el mejor precisamente.
Esta semana se juegan partidos de fútbol que acercan a los equipos a ganar la copa de Europa. José Luis Sampedro sí que tenía que haber ganado la copa de Europa del humanismo, de la coherencia, de la honradez y de la sabiduría. Yo hubiera ido a tribuna a partirme las manos aplaudiendo.
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