No
sé por qué extraña influencia sigo diciendo con frecuencia que detrás de toda
gran obra tiene que haber una gran persona. Me cuesta separar una cosa de la
otra. Pero no sé si no es más un deseo que una realidad.
Hace
solo unos días me visitaban unos emisarios de una de las editoriales más
importantes de este país. Me presté (debía de tener un mal día) a una encuesta
rápida en la que me pedían opinión acerca de algunos escritores. Lo hacían, más
en concreto, acerca de nuestro último premio nobel. Enseguida torcí el hocico y
contesté separando su obra de su persona. Los encuestadores me confirmaron que
esa misma respuesta la habían recibido en otros lugares, pero que ellos
preguntaban por el escritor, no por la persona; y yo tuve que hacer un
ejercicio improvisado de freno y marcha atrás. Seguramente me comporté así por
dos razones. La primera es la que me enseña que algunos de mis autores
favoritos son aquellos en los que sí se desarrollan en paralelo la vida del
autor y sus propias obras: Machado, Lorca, Miguel Hernández… En estos casos
seguramente también me deje llevar por el lado de la alabanza, restándole lugar
al criterio más sosegado y sereno. La segunda porque, con el paso del tiempo,
la obra permanecerá y la persona perderá contorno en la distancia.
He
leído la semana pasada una novela de un autor con el que me sucede otro tanto.
Se trata de Juan Manuel de Prada. La novela es “Las esquinas del aire”. Es una
obra que tiene ya trece años pues fue publicada en el año 2000. Tal vez debía
haberla leído antes. Es posible, pero esto me importa muy poco: hay tantas
obras que no leeré nunca…
Esta
persona se ha convertido en un personaje público que actúa ante los demás casi
a diario y que me parece que representa un mundo y un esquema de ideas que no
comparto en casi nada. Por si fuera poco, se ha instalado en los contextos más
rancios de esta sociedad mediática tan casposa como la española. En fin, que no
es santo de mi devoción como divulgador de ideas.
No
me sucede lo mismo como escritor. Todo lo que he leído de él me parece que
lleva el impulso de un muy buen autor, pues es dueño de una prosa y de una
imaginación absolutamente especiales.
En
una novela de casi 600 páginas es inevitable que algunas notas desafinen un
poco en el global de la sinfonía (siempre según la opinión del lector, que
puede a su vez estar equivocado), pero el conjunto me parece sobresaliente.
Sobre todo en el léxico y en las imágenes. Ya me subyugaron en sus primeras
obras y en esta me siguen llamando mucho la atención. En aquellas primeras
obras llegué hasta a dudar de que una persona tan joven pudiera tener un
dominio tan minucioso del idioma en el que se expresaba. Después no ha hecho
otra cosa que confirmar que las sospechas no tenían ningún sentido y eran
sencillamente retóricas.
Especialmente
sabrosas son para mí las variadísimas descripciones de todo tipo con las que se
salpica el libro. Copio aquí una de las primeras: “Nada más trasponer el
umbral, había que sortear un desnivel que era casi un socavón en mitad de aquel
vestíbulo sin luz, lóbrego como un pudridero. Martel emergía de la sombra como
un cadáver vertical, con la piel de pergamino que se le atirantaba en las
sienes, hasta hacerse traslúcida y mostrar el ramaje yerto de las venas, por
las que seguramente ya no fluía la sangre. El cabello le raleaba en la
coronilla y se desplomaba sobre la frente como una tela de araña que hubiese
olvidado las leyes de la geometría. Tenía un parecido pavoroso con el actor
Peter Cushing, pero con un Peter Cushing prófugo del sol y ya decantado hacia
ultratumba: las facciones aquilinas, los labios afilados y exangües, la nariz
como una quilla obstinada y los pómulos muy pronunciados, denunciando
coquetamente la calavera. Era el rostro de un intrigante jubilado y exhausto,
uno de esos rostros capaces donde la avaricia ha esculpido sus líneas, aunque
con la edad sus facciones se habían afinado, disfrazándose de ascetismo,
incluso de un cierto ascetismo afable. Vestía un batín de moaré, pero las aguas
de la tela habían quedado ocultas bajo la marea de la mugre, que espejeaba como
el ala de una mosca. El mobiliario y la decoración de la casona tenían el mismo
aire ajado que su batín, al misma infecciosa decrepitud, agravada por la
humedad.” Pg. 20-21.
Buen
ejercicio para analizar, para imitar, para comentar.
Toda
la obra está salpicada de expresiones, metáforas, comparaciones y otros
fenómenos literarios, tantos que la convierten en un museo inagotable para el
lector: ojos minerales; introducir un cesura en su monólogo; la risa se le
quedó atrapada en las encías; su cuerpo era un pellejo tapizando sus huesos; la
luz parecía enferma de lipotimia; una polvareda casi comestible; el Museo del
Prado, ese hangar para turistas; la piel atezada por el hábito de la
intemperie; una incipiente luz tanteaba ya los contornos de las cosas; la cama
disparó la alarma del somier como si estuviese denunciando un adulterio; me
sentaba junto a la cabecera para escuchar el estribillo de su sueño; su ojo
viudo; el fútbol ya empezaba a ser lo que ahora es, un páramo cultural y una
escuela de gregarismo; el oro de la gloria y el calderillo del éxito; el cielo
tenía una calidad de esmalte, y el sol moría crucificado en su cenit,
desangrándose con una tibieza casi otoñal; quizá escribir no consista en otra
cosa que en invocar lo que nos falta; la noche se derrumbaba en la ventana como
un catafalco de tinta; sus labios se fueron desgastando a medida que se fueron
vaciando de palabras; mis ojos sembraban sueños en el mar; ebria de viento y
morena de nieve; el dinero, ese sórdido papel donde se estampa la avaricia;
dispuesto a modelar el mundo con el torno de la voluntad; la lluvia, aquella
salmodia líquida; me fui hundiendo en una vorágine de incuria y envilecimiento,
como quien acata plácidamente un moroso circunloquio del suicidio; la atención,
esa limosna de la cortesía; estos momentos se pierden en el tiempo, como
lágrimas en la lluvia…” Y tantos más. Espero adueñarme de algunas imágenes.
Hay
quien opina que la lectura se hace así un poco más difícil para el lector
medio. Yo afirmo que de esta manera el rato se convierte en un manjar sabroso y
escogido.
Después
están la trama, el orden de los capítulos, la extensión, la trabazón, es
desarrollo de los personajes, la construcción de todo el edificio.
Por
cierto, confesaré también mi desconocimiento de la poetisa Ana María Martínez
Sagi, pretexto y fundamento a la vez de toda la novela. Es tanto y tanto lo que
desconozco.
1 comentario:
Se equilibra con tanto y tanto...como aportas.
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