AMANECER
La luz de amanecida, diligente,
se afanaba en ponerles nombres a
las cosas.
Mi corazón, dormido y asustado,
iba buscando formas
en que asentar el día: la
ventana,
el soplo de aire fresco entre mis
brazos,
la sombra gateando
por esconderse lenta entre las
ramas,
un pájaro cual flecha voladora
y el agua despertándose en su
canto,
que era más que rumor en la
distancia.
Faltaban las palabras más
queridas,
faltabas tú con ellas. Y
llegasteis
a abrir puertas al día,
a llenar de certeza
todo lo que la luz atenta
revelaba.
Entonces comenzó el canto
y el día fue navegable
hacia otros mares más hondos
repletos de azul y sal.
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