A estas horas, en los Astados
Unidos de Norteamérica, se celebran votaciones para elegir presidente. Desde
hace días, todos los medios de comunicación del mundo mundial andan que pierden
el culo por dar noticias de todo lo que allí se produce; todos gastan lo que
tienen y lo que deben con tal de sacar pecho y de dar hasta el último detalle.
No es nada nuevo: lo hacen así
cada cuatro años, cada vez que se renueva el puesto en la cabeza del imperio.
Parecería que nos va la vida en ello a todos. ¿Es realmente así? Si así fuera,
algo tendríamos que poder decir al respecto y en algo tendríamos que poder
influir. De lo primero, bastante; de lo segundo, nada de nada. ¿Por qué
entonces tanta atención?
Ayer mismo, en mi viaje a Ávila,
las emisoras ya dedicaban casi todo el tiempo al asunto; desde hace meses,
cualquier debate entre los candidatos cobraba tanta importancia o más aquí que
allí. Incluso oí exhibiciones acerca de los platos de comida más comunes y más
extraños de aquellas latitudes: los comentaristas se lo sabían todo y lo
expresaban como si estuvieran anunciando la llegada de algún redentor. Es lo
mismo que sucede siempre con el mundo musical o del cine: se admira hasta el
detalle más nimio e insignificante con tal de que proceda de allí.
Me pregunto qué tiene aquello
para darle tanta importancia. ¿Por qué no se analizan los cauces de
participación, el índice de los que lo hacen o lo pueden hacer, los programas
que defienden unos y otros, las consecuencias que para el mundo pueden tener,
el sistema social que permite todo aquello, la solvencia o la preparación de
cada uno de los candidatos, el interés o el desinterés que entre sus propios
conciudadanos concitan. Análisis, análisis, análisis y más análisis. ¿Alguna
vez se analiza en público si conviene la existencia de una sola fuerza hegemónica
en el mundo o más de una? ¿Por qué, si se llega a la conclusión contraria, no
se comenta ante los que ven, leen y oyen? ¿Por qué, en consecuencia, se
sobrevalora todo lo que huela a americano y se le concede el marchamo de
positivo, cuando a la vista está que tanto mal causa en el mundo? ¿Por qué
somos tan PAPANATAS?
Y todo ello a la vista de los
candidatos que se presentan. Si lo que sanamente había que hacer era poner una
barrera sanitaria para que no nos alcance tanta tontería, tanta estulticia y
tanta fanfarronería. Si los máximos representantes de esos Astados Unidos de Norteamérica
son estos, ¿cómo podemos pensar que es el resto del común en aquellos lugares? Miedo
da pensarlo. Claro que no es lo mismo la maldad en un grado que en otro y no
asustan los dos en la misma magnitud.
En la película de José Luis
Cuerda “Amanece que no es poco”, el profesor
que había venido de Oklahoma con año sabático
se sintió en un momento impelido a levantar la voz para decir que también los americanos tenían cosas buenas. El alcalde
del pueblo lo fulminó con la mirada por toda respuesta. Todo un discurso sin
una palabra. Seguro que el profesor tenía razón, por supuesto, pero a uno le
dan también ganas de fulminar con la mirada a cualquiera que se atreva a
repetirlo.
Hace algunos años, cuando Obama
se presentó por primera vez, escribía algo así como que estaba ilusionado pero
que no me hacía ilusiones. Hoy creo que ni siquiera me siento ilusionado; y
mucho menos me hago ilusiones.
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