Jueves, 3, noviembre, 2016. Media
mañana. Día de relevo y nombramiento de ministros del nuevo Gobierno en España.
Todos los medios de comunicación juegan a la lotería y hacen quinielas tratando
de acertar con los nombres del nuevo Gabinete. Oficialmente nadie sabe nada, ni
siquiera los elegidos, aunque supongo que, en estos momentos andarán en ello,
teléfono arriba y teléfono abajo.
Tal vez haya mostrado ya mi
asombro ante este hecho. No sé. Sigo sin salir de él, por más que se repite
siempre con la misma cadencia y a igual velocidad. En una mañana, o en un día
se soluciona el nombramiento nada menos que de todo un Consejo de Ministros.
Uno se imagina el hecho de la siguiente manera:
(Rinnnnnnnnnng).
-¿Fulano?
-Si.
- Le habla el Presidente del
Gobierno.
(Nervios desatados).
-He pensado en ti para el
ministerio de tal cosa.
-Es un honor y estoy al servicio
de lo que se me pida.
-Gracias. Reunión en tal y tal.
(Se cuelga el teléfono y empieza
a desatarse la imaginación).
¿Lo desearía uno así? Por
supuesto que no. Un hecho tan importante tendría que comportar varios pasos entre
los que no deberían faltar la invitación razonada y una petición y descripción
de objetivos, un período de reflexión para medir interés, disposición,
idoneidad y tiempo disponible del ministrable; y respuesta con razonamiento
incluido… ¿Cuánto tiempo exige eso? No sé pero nunca una mañana ni un solo día.
¿Y no pide también la renuncia razonada de algún grupo de ministrables a los
que se les llama por teléfono? ¿O todos están dispuestos a dejar su situación?
¿A nadie le importa renunciar al tiempo libre y al dedicado a los suyos? ¿Nadie
puede pensar, por ejemplo, en lo que significa pasear con sus hijos o con sus
nietos en una charla tranquila y sosegada? ¿O dedicar tiempo a la lectura y al
pensamiento y la escritura? ¿Todos tienen vocación de mártires y de
salvapatrias? ¿Por qué no nos dejan que nos salvemos todos un poquito a todos?
¿Tal vez nadie se da cuenta de que su ausencia puede ser cubierta dignamente
por centenares de personas con la misma capacidad o más?...
Esto y mucho más me suscita
muchas consideraciones acerca de la naturaleza humana y la vanidad de todos
nosotros. Porque este hecho no es privativo del partido que hoy formará Gobierno,
es algo generalizado; todos pierden el trasero por ver su nombre en el boletín
correspondiente, como si en ello les fuera la vida y su escala de valores se
estremeciera con una solución o con la contraria. Si al puesto público se fuera
en actitud de servicio, lo que pide el sentido común es una buena disposición
pero también, y sobre todo, cierto deseo de que a uno le dejen su tiempo y sus
impulsos para las cosas próximas.
La vanidad, la pasarela de la
vida, el mundo en las imágenes y en los papeles, la falta de principios más
profundos, la certeza desgraciada de que lo que no aparece no existe… Y todo
esto en las más altas magistraturas del Estado. Qué pena.
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