martes, 29 de noviembre de 2016

Y EN ESO LLEGÓ FIDEL


Mis ocupaciones me han llevado durante el fin de semana a varios lugares. He estado también en Madrid, en el norte de Madrid. También allí se suscitó la controversia acerca de la figura de Fidel Castro, ahora que se ha producido su fallecimiento. Como siempre, de todo un poco.
Me parece que se simplifican demasiado las opiniones y que a casi todos nos faltan perspectiva, conocimientos y amplitud de miras. Negar el valor de símbolo de Castro en América latina, al lado mismo del todopoderoso imperio del norte, tal vez sea una injusticia demasiado burda; no anotar, en su dilatadísima trayectoria, comportamientos propios de las dictaduras tampoco parece sensato. Luces y sombras, sombras y luces.
A mí me engancha más la primera faceta, aquella que me lo presenta como impulsor del ánimo colectivo y como negación al sometimiento de los más poderosos, esos que, desde el otro lado del mar, empujaban y empujan casi todas las decisiones del mundo a su antojo y conveniencia, aquella que, en mis años mozos, nos desperezaba y nos hacía algo más soñadores y proclives a un cambio en el mundo, con las mejores intenciones y con las mejores disposiciones anímicas ¿Cómo no ilusionarse con todo lo que parecía representar lo que nos llegaba del otro lado del mar Caribe? Lo mismo que de otros países hispanoamericanos. Aquello nos infundía ánimos y nos animaba en la formación, en la protesta y en los sueños de un mundo mejor. Después, además, conocimos el cambio en toda la vida cultural, la música, el deporte, los servicios sociales (sobre todo la medicina), las ayudas internacionales…
Pero, ay, también fuimos conociendo las decisiones unipersonales, el culto al líder, la cerrazón, el escaso desarrollo económico, y, sobre todo, la falta de libertades individuales y colectivas… Y eso truncó buena parte de la admiración hacia los dirigentes de la isla.
¿Qué tiene el poder para que casi nadie lo quiera soltar? ¿Por qué perpetuarse en la detentación del mismo? ¿A qué conduce siempre eso?
Las escalas de valores que se configuran con la renta per cápita como índice de medida no me satisfacen y me parecen de una pobreza mental y de un egoísmo casi infinitos; pero aquellas en las que falta la libertad individual, sobre todo en lo que a la expresión se refiere, tampoco me parece que alcancen los mínimos exigibles. Conjugar ambos extremos no resulta precisamente sencillo. Ni siquiera definir sus límites. Porque de muy poco me sirve mirar el desarrollo económico del llamado mundo capitalista, pues la desigualdad que crea le barre cualquier brizna de moralidad y de honradez.
Tengo la impresión de que también los líderes de los países capitalistas sienten un poco de envidia ante estos otros líderes respondones, tal vez no tanto por las personas concretas como por un oculto regustillo de que algo hay en lo que predican que no tiene mala pinta. Como prueba de ello, ahí está buena parte de ellos en la despedida.

Yo también me quedo con esa pizca de ilusión que parece despertar una comunidad que se ilusiona junta y que no se amilana ante los más poderosos. Lo de primer comandante, las devociones personales y la eternización en el poder me quedan mucho más lejos.   

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