miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿ENTONCES, PARA QUÉ?


La vida se derrama en malos entendidos. Las palabras, los usos, los valores… Todo aproximaciones y solo aproximaciones. Si no suple las deficiencias la buena voluntad, no hay manera posible de crear un clima de confianza y de bienestar.
A diario charlamos con nosotros mismos (menos) y con los demás (acaso demasiado). En las conversaciones cortamos trajes verbales y sociales a todo el que se preste y se ponga por delante. No siempre quedan bien parados ni aseados según sus merecimientos. Con demasiada facilidad arreglamos el mundo en un momento y nos quedamos tan anchos y contentos. Charlar continuamente es a la vez nuestra condena y nuestra gloria; la palabra es el don de los dones y su uso correcto es nuestro mejor bien. Me refiero no solo a los aspectos formales sino a las intenciones con las que lo utilizamos. Sobre todo cuando se trata de retratar a personas concretas, de carne y hueso, de esas que pueblan con nosotros las aceras, los días y las noches.
Hay varias restricciones que deberíamos imponernos. La primera tiene que ver con la certeza o falta de certeza de los datos que utilizamos para emitir opinión acerca de una persona concreta. ¿Cuántas veces partimos de un “me han dicho” o de un sí no comprobado? Y, si los datos no son ciertos, ¿cómo se puede sostener después cualquier opinión acerca de ellos? Qué bueno un “me faltan datos”, o “solo desde un contexto determinado”, o una serena reserva de opinión.
La segunda se refiere a si eso que vamos a expresar es algo bueno o malo. ¿Por qué un empeño excesivo en destacar acciones negativas de nadie concreto? Incluso aunque sean ciertas. Seguro que esa persona posee también cualidades positivas que podríamos destacar. Un contraste tranquilo entre ambas no vendría mal a nadie y nos llevaría a una reserva pudorosa de los rasgos negativos.
La tercera, y ya llueve sobre mojado, tiene que ver con la consideración acerca de si eso, que tal vez no sepamos si es cierto del todo ni que sea lo mejor aun siendo cierto, beneficia o perjudica a alguien. Si cargamos las tintas en lo negativo, no parece que eso pueda beneficiar  demasiado a nadie pues solo contribuirá al deterioro de su imagen. ¿Qué interés sano podemos tener en ello?
¿Entonces, para qué? ¿Para qué tanto corte de traje, tanto chismorreo y tanta falta de buena voluntad? Las palabras son simples y muy pobres aproximaciones a las ideas que tenemos de las cosas y saben muy poco de ellas; las ideas no son las cosas tampoco sino solo nuestras aproximaciones mentales a ellas. En esos parámetros tan pobres nos tenemos que mover y desarrollar nuestro día a día y nuestra existencia. ¿Cómo poner demasiadas rigideces y paredes a las opiniones y a los hechos personales?

No se propone quedarse en el silencio: la vida no lo permitiría pues es exactamente lo contrario, es la comunicación y el intercambio. Solo se apunta a la buena voluntad y al sentido común como elementos básicos de buena convivencia. Una vez más. Otra cosa es la rueda de todas las ideas. A ellas hay que volver una y otra vez por si alguna vez nos pudieran aclarar alguna duda o explicarnos algo de todo lo oscuro y escondido que por ahí se halla. Pero eso no son trajes personales, es cosa bien distinta.

No hay comentarios: