Anda el mundo expectante y asustado ante las decisiones
primeras del presidente de EE UU, Donald Trump. Razones hay para ello, más que
suficientes a poco que se describan y que se analicen esas disposiciones:
religiosas, de género, de geografía, de solidaridad, de… La verdad es que
asusta y bien estará tomar nota de todo, explicar por qué se ha llegado a esta
situación y prevenir lo que pueda suceder allí mismo y en otros lugares más
tarde que pronto.
Pero tengo que reconocer que a mí también me escandaliza que
otros muchos se escandalicen. Es verdad que este señor parece que amanece y se
desayuna a base de trumpazos, con la necesidad de decirles sin tardanza a todos
los demás que el mandón es él y que todo está y debe estar a sus órdenes, como
nuevo salvador del negocio de turno. Sus apoyos electorales, por desgracia, lo
avalan y él se siente fuerte y seguro. Qué pena. Algo habrá que decir de los
electores, del sistema electoral y del sistema social de esos EE UU. Y mucho
más habrá que decir y que analizar para entender si esto no es más que una
muestra práctica (tal vez en grado exagerado: vamos a echarle buena voluntad)
de las ideologías que entienden que, cuando ganan, tienen derecho de pernada
para dirigir todo (que cada cual ponga aquí el nombre del partido adecuado) en
vez de proponer las normas, razonarlas y votarlas antes de aplicarlas; y que,
cuando no han ganado, se apartan de la cosa pública como si no fuera con ellos,
hasta la próxima batalla.
No es, sin embargo el único que tendría que asustarnos en ese
desprecio por los derechos más elementales del ser humano. ¿Qué está haciendo
Europa con el asunto de los refugiados? Otro tanto de lo mismo. ¿Y España con
las fronteras del sur? Ídem de ídem. ¿Y los nacionalismos excluyentes con el
resto de las comunidades? Lo mismo de lo mismo. ¿Y casi cualquier país en las
relaciones comerciales con otros países con tal de favorecer su balanza
comercial? Eso y más. ¿Y las endogamias en cualquier entidad? Mejor no mirarlo…
Pero lo bueno llega cuando rebajamos el nivel y nos situamos
nosotros mismos ante el espejo. Con frecuencia aparece nuestra figura deformada
y llena de arrugas: de las arrugas de la falta de solidaridad, de los egoísmos,
de la defensa del yo frente al nosotros, de todos aquellos aspectos que nos
empujan a levantar un muro de seguridad para lo nuestro frente a lo de los
demás.
Tal vez todos andemos un poco a trumpazos cada día. Espero y
deseo que no sean esos trumpazos ni tan frecuentes ni tan groseros ni tan
zafios ni tan insolidarios como los de ese tal Donald Trump, que tiene nombre
de pato y que no ha dejado de graznar hasta convertir el mundo en un grito
caótico y amedrentado.
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