-Mejor te lo envío
por mail. Procura que no se te olvide nada pues no puedo verte hasta el aeropuerto y voy con el tiempo
contado.
En efecto, a los pocos minutos apareció en la pantalla la
señal. Doble clic y toda una lista de peticiones. El viaje era para una semana
pero aquello parecía un catálogo de Ikea. Empezó a leer: champú normal y
anticaspa, jabón para pelo graso, gafas de sol y lentillas para interiores,
tinte para el pelo anticanas, peine, cepillo de dientes y dentífrico
anticaries, pintalabios…
Resopló un poco, miró hacia el techo y templó ánimos. Porque
sentía que se alteraba por momentos. Él estaba acostumbrado a salir de casa con
lo puesto cada vez que tenía que desplazarse y procuraba solucionarse las
necesidades al paso y según fueran apareciendo.
Volvió sobre la lista: cremas antiarrugas, pastillas para el
sueño, tapones de oídos, tijeras, hilo, recetas, alguna aspirina
y dos o tres pastillas de Valium, vitaminas y antilaxante…
La lista se hacía interminable y, con cada petición que iba
sumando, sentía en su interior una quemazón que le alteraba y le hacía renegar
del viaje.
Realizó un último esfuerzo: cremas para el sol de diversas
intensidades, algún paracetamol, ah, y las medicinas para el colesterol, la
tensión, y las aspirinas y cualquier quitamanchas…
No pudo más. Seleccionó todo el texto en la pantalla, pinchó
la opción de borrar y pensó en defender que nunca había recibido la petición. Cuando
llegó al aeropuerto, ya le esperaba con un bulto de mano y la cara sonriente. Enseguida
le confesó que venía libre de equipaje porque no había llegado la petición que
le había indicado por teléfono. Ella pensó en anular el viaje pues se encontró
de pronto indefensa y como en soledad, sin todos los aderezos que siempre la
acompañaban. Pero lo pensó mejor y subió al avión. Al fin y al cabo, el debía
arreglárselas para sustituir a todo aquello que había quedado tan solo en un
listado perdido en el espacio virtual.
Aquellas vacaciones fueron sin duda las más aprovechadas y
las que más habían disfrutado. Ahora lo recordaban entre risas, mientras bebían
un café tomando el sol en una placita recoleta, junto a sus nietos, que jugaban
en la arena, distraídos y felices.
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