martes, 7 de febrero de 2017

DECÍAMOS AYER


El caso es que ayer mismo imaginaba a Sócrates al lado de la virtud y de la justicia y con el dilema de moverse en el territorio de la ley o fuera de ella. Él entendió que era un mal menor actuar dentro del marco legal, por más que no estuviera de acuerdo con los preceptos y mucho menos, para su caso, con las acusaciones interesadas y malévolas que contra él se habían presentado.
Es la última y gran prestación al pensamiento por parte del filósofo. Y confieso que no lo tengo tan claro como él. No obstante, su ejemplo personal me seduce y me llena de admiración. Porque la acusación contra él estaba manifiestamente manipulada y respondía a venganzas y a intereses sucios; podía haber elegido el destierro en lugar de la muerte; incluso podría haber intentado la huida para no obedecer condenas injustas. Pero sus principios y la existencia de un código general de convivencia lo mantuvieron sereno y aceptando la condena. De ahí tal vez la fuerza y la serenidad, la calma y el sosiego, los ánimos a los desanimados…, y la enseñanza general para todos nosotros.
En términos algo mostrencos y simplificados, nos enseña que, si queremos mejorar algo y la ley lo impide, cambiemos el marco legal y actuemos en él, porque ese marco de referencia general nos salva o nos condena a todos.
Difícil esta enseñanza, sobre todo para los más débiles física y mentalmente; y mucho más si el régimen de convivencia no permite la participación general y efectiva en igualdad de condiciones. Por otra parte, dolorosa es la confrontación entre las verdades personales y las que están escritas en los preceptos cuando no coinciden ni se aproximan. Entonces -¡tantas veces!- surgen las dudas, las preguntas; y solo las conciencias más dotadas buscan y encuentran escapatorias para dar satisfacción a la vez a los preceptos legales y a los preceptos de la conciencia personal, al sometimiento a la ley pero a la no renuncia de la verdad y de la justicia.
Entonces Sócrates, a la vista de su actitud frente a las leyes y ante la condena, ¿fue un acomodaticio o un revolucionario?  Su sabiduría y su madurez, su templanza y su dominio de la situación, parecen dar razones para ambas conclusiones.

El oráculo había dictaminado que Sócrates era el más sabio de los hombres. Tal vez por su consciencia de que solo sabía que no sabía nada.

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