jueves, 2 de febrero de 2017

LEER Y NO LEER


Parece que hay acuerdo general en afirmar que la lectura no es mala, que no produce enfermedad y que no es fuente envenenada de conocimiento y de activación de la conciencia. Hasta ahí el acuerdo, y poco más. ¿Qué leer?, ¿cuándo leer?, ¿para qué leer?, ¿cuándo dejar de leer? Y así hasta llenar la página de preguntas.
No estaría mal comenzar afirmando que la primera consideración acerca de la lectura es la de que también se puede no leer; dicho de otro modo, que no se cae el mundo si no se lee con frecuencia, aunque tal vez esté más a merced del viento, de la lluvia y de los terremotos.
Tampoco sería descabellado reflexionar acerca de cómo seleccionar las lecturas. No todas son iguales ni aportan elementos productivos; algunas no hacen más que repetir estructuras y llevarnos a perder el tiempo sin más. Cada uno tiene sus aficiones personales, pero los libros aportan lo que aportan y a un ensayo no le podemos pedir lo mismo que a un texto de los de autoayuda. ¿Cuántos ensayos se leen? ¿Cuántas novelas insulsas triunfan y llenan los cajones de las editoriales de dinero? ¿Interesan los textos de divulgación científica? ¿Y los filosóficos? ¿Y los poéticos? ¿Cuánto interesa la literatura más próxima y cuánto nos dejamos llevar por la pretendida fama de lo que viene de fuera? No es bueno escandalizarse ante nada. Reflexión y consecuencias para cada uno. Pero el panorama es el que es.
Y, una vez engolfados en la lectura, ¿cuándo dejar de leer?, ¿hay que terminar todos los libros que empezamos? El libro es un proceso que se va completando según se va componiendo, y su estructura cobra fuerza a medida que desarrolla y traba elementos. En ese proceso también nos embarcamos nosotros cuando empezamos la lectura y en él vamos madurando y nos vamos integrando. Parece lógico, pues, que le concedamos algún tiempo de benevolencia antes de cerrarlo y de olvidarnos de él. Pero también tenemos el derecho de renunciar a la aventura y de dejar el libro abandonado a su suerte. Y hay libros que, sin duda, se lo merecen. Por muy diversos motivos: extensión, falta de tensión narrativa, esquema de valores insulso, farragosidad en la forma, distancia mental entre obra y lector, demasiada experimentación…
En la práctica, ¿cuántos libros se quedan empezados y no terminados? Para mi caso concreto, reconozco que no son demasiados, pero también confieso que tendrían que haber sido bastantes más. Sin restarles valor literario, admito mis dificultades, en su momento, para saborear algunos textos de filosofía, mi falta de disposición anímica para el Ulises, de Joyce, o para la interminable En busca del tiempo perdido, de Proust, por citar algún ejemplo notable.

El mundo de la lectura resulta tan complejo como confortable y beneficioso, pero no es fácil tocar la tecla exacta para que la sinfonía no produzca sonidos estridentes en el oído.

No hay comentarios: