EN LA MUERTE DE
SÓCRATES
Condenado a la muerte, viejo Sócrates,
-el más sabio de todos los mortales
en palabras sagradas del oráculo-,
te contemplo tomando la cicuta,
dando aliento final a tus discípulos,
alegando que no es recomendable
practicar la virtud y la justicia
tan solo en el calor de la palabra.
(Hay que dar testimonio, les dijiste,
también cuando la duda nos alcanza).
Por delante, te hicieron acusado
de no reconocer los viejos dioses
que reinaban en Grecia,
de corrupción de jóvenes
con el vasto poder de tu palabra.
Un tranquilo paseo,
un último consejo,
la densa pesadez desde las piernas,
el olvido del peso de los brazos,
la rigidez y el frío en todo el cuerpo,
y ese guiño final de deuda y gallo:
pasos hacia la muerte simplemente.
¿Hacia la muerte? No, pues otra vida
más amplia y victoriosa te esperaba,
la de seguir prendiendo el dulce fuego
que ensaya la verdad mientras se quema
y anuncia la respuesta en las preguntas
que nunca se conjugan verdaderas.
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