El Principio sirve para cualquier nivel, aunque he de
reconocer que son dos los acontecimientos que me sugieren esta reflexión: las
actuaciones de Trump en EEUU y la forma de gobernar que en esta ciudad estrecha
en la que vivo desarrolla el PP.
Los sistemas democráticos se basan en la participación de los
ciudadanos en la toma de decisiones; unas veces lo hacen de manera directa y
otras de manera representativa, a través de los partidos políticos. Algún nuevo
partido basa buena parte de su éxito en el intento de dar mayor participación a
sus afiliados y a sus simpatizantes; y parece que nos le va mal: no sé si, al
menos en esto, todos podíamos aprender algo.
Pero vayamos a lo que ahora nos interesa. Sea de una forma o
de otra, lo que indica en abecé de este régimen democrático es que, gane quien
gane una contienda electoral, el desarrollo de la práctica política debe
basarse en la presentación de iniciativas legales, en su discusión pública y
contrastada, y en la votación final que desemboca en la aprobación de las
mismas. Gobernar a base de impulsos y de lo que traiga el sol cada mañana ya
supone subvertir el proceso democrático; no argumentar y contrastar en público
es hurtar el valor de la razón y eliminar las razones tanto del equipo de
gobierno como de los demás representantes públicos; la tercera parte, la
votación, no es más que la consecuencia lógica de las dos primeras.
Tengo la impresión de que, en los dos ejemplos que he citado
al comienzo y que me dan pie para esta breve reflexión, se falla casi en las
tres partes. Desde luego, se hace en las dos últimas, y, fundamentalmente, en
la segunda. Y, por desgracia, me parece que esta actitud responde a una
concepción equivocada de ese régimen que llamamos democracia. Según esa
concepción, se operaría de la siguiente manera:
a)
Es
así que he ganado yo las elecciones, entonces el que manda y gobierna soy yo y
todo lo demás sobra.
b)
Como
lo demás sobra, no veo la necesidad de presentar iniciativas y mucho menos de
discutirlas públicamente para intentar corregirlas, mejorarlas o dejarlas como
están.
c)
Las
votaciones, si se hacen, solo sirven para visibilizar mi superioridad, mi mayoría
y mi mando.
Es, como se ve, una concepción
estrecha y torticera de la participación y de la democracia. Faltaría una
cuarta parte que viene a demostrar que, si no soy yo el que ha ganado, lo que
hago es desinteresarme de todo (ahora no soy el jefe) y solo me esfuerzo en
procurar derribar al contrario para volver a ser el jefe y reanudar el círculo
vicioso.
Si fuera esencialmente verdad este
breve esquema que planteo, desgraciadamente nos hallaríamos en una comunidad
con baja participación, con esquemas de ordeno y mando y con zancadillas
continuas porque lo que realmente importa es hacer tropezar no tanto las ideas (estas
poco importan) como las personas. Y así…
Ahora solo hace falta aplicarse en
descubrir qué tendencias políticas son las que practican esta reducción mental
y comunitaria. Parece que los ejemplos citados apuntan ambos en la misma
dirección. Que cada uno siga tirando del hilo de la razón y del sentido común y
que actúe en consecuencia. Porque las cosas están como están porque los
ciudadanos lo quieren. Y cada cual sabrá por qué.
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