Casi toda la historia escrita, esa que nos transmiten en los
índices y que nos aprendemos para un examen, está llena de fuertes y fronteras,
de empalizadas y de conquistas, de expansiones y de derrotas. No parece
sencillo cambiar la tendencia a la vista de lo que sucede en nuestros días. Es
verdad que se circula con más fluidez por todas partes y que, entre las manías
más extendidas, está la de ver y ver lugares y paisajes, aunque no conozcamos
ni sepamos gozar de los que tenemos más cerca. Sobre todo circulan los
capitales, más que las personas, pues todavía seguimos empeñados en poner
barreras y muros, paredes y alambradas por demasiadas partes, como guardando
los privilegios propios y separando de nosotros al vecino.
Es lo que vemos en EE UU con Méjico, lo que sucede en Oriente
Medio, lo que pasa en Ucrania, lo que ha ocurrido hace nada en los Balcanes, lo
que pasa cada día en Asia y en África. Qué empeño en resguardarnos tras la
empalizada, con miedo a los demás y con la vista puesta solo en nosotros mismos.
No mejora demasiado el panorama si acotamos el mapa y lo
dejamos más cerca de nosotros. ¿Qué otra cosa, si no, son los nacionalismos, de
primera, de segunda o de tercera? ¿Y los provincianismos? ¿Y las luchas
aldeanas de Villatripas de Arriba contra Villatripas de Abajo? ¿Y los de un
barrio contra los de otro?
Conviene no acotar más la mirada para no llevarnos sorpresas
no queridas. O tal vez sea mejor abrir las puertas y atreverse a mirar en el
espejo, con la luz sin cortinas ni persianas. Allí estamos nosotros, uno a uno,
a cara descubierta contra nosotros mismos, poniéndonos también nuestras
fronteras; a veces, muchas veces, a nuestras propias ganas; a veces, muchas
veces, a todo lo que llega desde fuera.
Porque hay fronteras físicas, pero también mentales; y esas
también construyen muros a diario, a veces muy profundos. Cada cual tiene sus
muros y cava lo que quiere para guardar su nido y sus deseos, o tal vez,
simplemente, aquello que se sueña necesario para la supervivencia.
Fronteras y fronteras, empalizadas por todas partes, defensas
de lo defendible y de lo indefendible, lindes, bordes, contornos. No siempre
las paredes son de piedra labrada mi dejan oír la voz del otro lado, esa que
siempre está ahí pidiendo ser escuchada por nosotros.
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