Siempre me sedujeron sus palabras. O
las que tomaban de otros para darles melodía y hacerlas más populares y
próximas. Durante muchos años ellos pusieron grito a la conciencia que no se
resignaba eternamente al cepo de irracional de la censura y del ¿pensamiento? único.
Fueron punta de lanza en la ruptura, cabeza de manifestación, grito fecundo,
despertadores de modorras y animadores siempre para la acción de tantos.
Después llegó el vestirse de diario,
y tal vez el desánimo; muchas torres cayeron y la vida se hizo más gris y menos
sorprendente. Y, tras la tempestad, llegó la calma. Se abrieron más compuertas
y muchas variables; tomó cuerpo la opinión más diversa y el borbotón quedó
difuminado en pequeños regatos que fluían por vaguadas distintas: diversas opiniones
y escalas de valores.
Pero siempre quedó la comezón mordiendo, la desazón que mata, el miedo a
tener miedo y no expresarlo, el deseo de mejora, la constancia de tanta
mediocridad en el ambiente, el enfado gritando, el impulso que explota… Y la dignidad
personal que no se vende por precios irrisorios ni números gigantes en
conciertos.
Y, aunque no en primer plano ni en
promoción constante, ahí siguieron algunos dando continuamente una hermosa
matraca, con sus letras pensadas, con sus gritos cargados de denuncia, con sus
brazos abiertos para un mundo distinto. Y voces, y más voces tomando su testigo
y su relevo.
Me rindo una vez más a sus esfuerzos,
a sus ansias y gritos. He pasado muchas horas y días escuchando la voz de
cantautores. Y aún lo sigo haciendo. Me siento satisfecho por más que me
distraiga de otras ocupaciones por su causa.
Ayer volví a escuchar en Candelario,
en una hermosa plaza de este pueblo serrano (qué lección tan sencilla y
verdadera para esta ciudad estrecha en la que escribo) la voz y el mensaje de
algunos cantautores: el Luis Pastor de siempre, su compañera Lourdes Guerra, Paco
Cifuentes, Balta Cano, José Manuel Díez
Un rato largo de emoción y de
mensajes, de constatación de que hay más gente buscando esos conceptos de la
que nos pensamos y presta para decir sí a esas llamadas. El contexto de
solidaridad en el que Comendador (ánimo, hermano) había situado a todos,
cantautores y público, hizo el resto. Enhorabuena a todos.
No puedo ni debo añadir mucho más a
lo que también ayer recitó Luis Pastor como reciente himno de protesta de
muchos cantautores (“lo mejor de cada casa… volando a contracorriente”…). A
pesar de todos los vaivenes, ahí están y ahí siguen en sus trece. Porque hay
alientos grandes y muy fuertes, y hay mucho que ganar para la causa.
Yo seguiré gozándome en su música, en
sus bellas palabras, en sus siempre mejores intenciones, en sus rayos de luz
que electrifican la paz de la conciencia.
Puede que no sea más que un egoísmo:
me siento tan a gusto…
1 comentario:
Este poema de Luis Pastor realmente no tiene desperdicio lo pongo de vez en cuando en mi coche para recordarme cosas necesarias.
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