Me levanto preguntón y me siento a
responderme. Dos preguntas tan solo selecciono. Son estas: a) ¿Qué es ser buen
ciudadano?; b) ¿Qué es ser buena persona? Se quedan en función de capitanas por
la importancia que les doy y porque nos afectan a todos por igual. Es más, creo
que, si supiéramos definirlas, glosarlas y practicarlas correctamente, la
sociedad tendría otra cara más limpia, justa y amable.
Sé que el empeño en dar luz a estas cuestiones
es arduo y seguramente imposible para mí, pero al menos dejaré unas líneas, en forma
de índice, de lo que, de nuevo, sería un tratado entero de ética y moral.
No creo errar si afirmo que ser buen ciudadano
apunta a la civitas, a la ciudad, a la comunidad, a las relaciones entre las personas
y a las obligaciones y derechos que de esa relación plural se deducen. En cambio,
ser buena persona conduce a prestar más atención a los elementos morales que fundamentan
un comportamiento personal, individual, y que llevan sobre todo a estar a gusto
consigo mismo por el cumplimiento de unos principios éticos que te satisfacen.
Me asaltan enseguida otras preguntas que a
este asunto se refieren. ¿Son ambas cosas lo mismo? ¿Se puede dar una sin la
otra? ¿Alguna de las dos es principal? Si esto es así, ¿cuál de las dos es la
que más destaca? ¿Qué tengo que exigirme y exigir a los demás, ser antes buena
persona o un buen ciudadano?
Se me vienen encima las preguntas y me
arrollan con su impaciencia. Y yo no sé contestarme con certeza. Pero ordeno
mis dudas y algo de luz me alumbra.
No creo que tenga el derecho de exigir a
otro semejante que sea buena persona, si es verdad que ese concepto apunta a la
individualidad. Sí estoy seguro de que debo exigírmelo a mí mismo pues no sé cómo
se puede vivir sin una suma de principios ordenados y sólidos.
Sí creo que puedo y debo exigir a los demás
que sean buenos ciudadanos, que aporten a la comunidad algo semejante a lo que
la comunidad les aporta a ellos y que cumplan las leyes mínimas de convivencia,
aquellas que permiten a todos sobrevivir y entenderse en los conflictos.
He dicho los mínimos y lo reitero pues yo no
tengo por qué compartir todas las costumbres ni usos con los que quiera vivir
la comunidad. Me apartaré de ella cuando quiera, salvo en los usos mínimos que
den vida a la convivencia, a la tolerancia y al respeto. El referente general
son las leyes y el particular es el de los usos comunes más de diario. Será,
pues, tan buen ciudadano el que pague sus impuestos como aquel que acuda
puntual a la hora concertada a una comida o a un acto público. Y será también
buen ciudadano aquel que decida no asistir a una actividad festiva que él no
haya concertado y que no sea de su agrado. En definitiva, y con todas las
explicaciones y desarrollos necesarios, el buen ciudadano es el que cumple los
acuerdos mínimos que impone la comunidad y con ese cumplimiento ayuda a crear
una sociedad más fuerte y solidaria.
Me ofrece muchas más dudas el asunto de ser
buena persona. No sé cómo puedo yo imponer morales y usos que son personales. Me
temo que hay muchos tipos de buenas personas y que yo no puedo imponer un
modelo general. Y, sin embargo, siento la necesidad de estar rodeado de buenas
personas y de personas buenas; es más, a mis allegados les pido encarecidamente
que sean buenas personas y personas buenas. Es algo que valoro en grado sumo. Esto
curiosamente depende más de cada uno que de los demás.
Me miro y me descubro indeciso y confuso,
con mezcla de conceptos y de sentimientos, sin saber a qué carta quedarme con
certeza. Aspiraré a poderme mirar en
ambas cosas, aun a riesgo de perderme en ambos casos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario