DE UNAS HORAS DE LECTURA
Y aquel que un día cualquiera de finales de año se
levantó un poco tarde y decidió prescindir del paseo matinal y que a eso de
media mañana -la casa ya serena y arreglada- decidió acudir a la biblioteca
pública para reponer sus fondos de lectura y que allá que se fue y que lo
recibió una atenta bibliotecaria a la que conocía porque cada poco tiempo iba a
solicitarle libros y que dejó el que llevaba leído y que se puso a mirar las
novedades por si algún título le llamaba la atención y que después de algunos
minutos de mirar aquí y allá se convenció de que también este mes las compras
habían ido en busca de los títulos más llamativos y comerciales y que le
repitió a la encargada tenéis que comprar también libros de creación poética y
de reflexión y que esta se le quedó mirando como hacía siempre en un gesto
mitad de comprensión y mitad de compasión como si quisiera responderle sabrás
tú cuánta gente pregunta por este tipo de libros y que por fin se dejó llevar
por el instinto y que cogió uno escrito por una locutora de radio de la que ya
había leído otra novela antes que no le dejó mal sabor de boca y que nada más
llegar a casa se puso a ojear y a leer las primeras páginas y que enseguida
comprobó que el asunto iba del paso del tiempo y de las diversas situaciones en
las que uno se va encontrando a medida que va cumpliendo años en este caso de
cinco en cinco y que se dejó llevar por la lectura bien por su claridad bien
por la sencillez del argumento y que según iba leyendo consideraba si realmente
le merecía la pena seguir entre las páginas pues esas edades le quedaban muy
lejanas y si acaso le azuzaba el morbo era para recordarlas y que así lo hizo y
que se reconocía totalmente alejado de aquello que leía y que empezó a pensar
que tal vez nunca había pasado no por los quince ni por los veinte ni por los
cuarenta que eran los cortes de edad que analizaba la autora y que como le
ocurría tantas veces pensaba en la cantidad de elementos literarios que
sobraban o había que situar en segunda o tercera línea por menos importantes
por ejemplo tantas descripciones de viviendas o de bares cuando solo eran
recipientes necesarios para el desarrollo de la acción y de la actividad de las
personas y que cerró por un momento el libro y se dijo ¿no habré sido nunca un
joven y no habré entendido que las páginas se llenan con palabras de todo tipo?
Y que se dijo pues no me reconozco ni en los gustos ni en las acciones ni en
las escalas de valores y que se miró y se vio otra vez muy raro ante sí mismo y
aún más ante los otros y que a todo esto las páginas iban pasando y la lectura
iba avanzando y que después de comer y de descansar otro poco (sin pijama ni
orinal) se volvió a engolfar en la lectura y que cuando se quiso dar cuenta se
le habían acabado las horas y las páginas y las luces del día y que eso de leer
un libro en un día no era nada nuevo pero pensó en la contradicción aparente
que suponía notarse lejos del libro y a la vez haberlo bebido en una horas sin
descanso y que a pesar de ello se sentía satisfecho de haberse detenido en un
panorama que debería suponer normal por frecuente en la calle aunque no se
diera por aludido precisamente y que se volvió a mirar en el espejo y se decía
qué raro tengo que ser y qué extraño ante los otros y que se consoló pensando
que tal vez no solo cambian las edades sino las circunstancias en las que estas
se producen y se desarrollan y que pensó en escribir una carta a Mara Torres contándole
las impresiones que le habían causado sus “Días felices” y que se lo pensó
mejor y se dijo mejor lo dejamos como está y estiramos las edades para llegar
hasta las mías y así tal vez tenga argumentos para ver que realmente las edades
no son otra cosa que estampas de la vida y fotografías que se van poniendo
viejas pero que suponen un enfrentamiento cara a cara con esas circunstancias
especiales que el paso del tiempo y de la vida te van presentando y a las que
hay que encarar con buen humor y con el recuelo de la bondad y del sentido
común y que dejó el libro en el estante y se fue solazarse con un partido de baloncesto en la
tele y que se dijo pues no sé muy bien qué decir ni qué escoger entre las dos
cosas y que respiró sereno y se regañó pensando que cada hora tiene su afán y ahora
tocaba alegrarse con cada canasta que conseguía el equipo que quería que
ganara.
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