viernes, 29 de diciembre de 2017

DE UNAS HORAS DE LECTURA

             DE UNAS HORAS DE LECTURA

Y aquel que un día cualquiera de finales de año se levantó un poco tarde y decidió prescindir del paseo matinal y que a eso de media mañana -la casa ya serena y arreglada- decidió acudir a la biblioteca pública para reponer sus fondos de lectura y que allá que se fue y que lo recibió una atenta bibliotecaria a la que conocía porque cada poco tiempo iba a solicitarle libros y que dejó el que llevaba leído y que se puso a mirar las novedades por si algún título le llamaba la atención y que después de algunos minutos de mirar aquí y allá se convenció de que también este mes las compras habían ido en busca de los títulos más llamativos y comerciales y que le repitió a la encargada tenéis que comprar también libros de creación poética y de reflexión y que esta se le quedó mirando como hacía siempre en un gesto mitad de comprensión y mitad de compasión como si quisiera responderle sabrás tú cuánta gente pregunta por este tipo de libros y que por fin se dejó llevar por el instinto y que cogió uno escrito por una locutora de radio de la que ya había leído otra novela antes que no le dejó mal sabor de boca y que nada más llegar a casa se puso a ojear y a leer las primeras páginas y que enseguida comprobó que el asunto iba del paso del tiempo y de las diversas situaciones en las que uno se va encontrando a medida que va cumpliendo años en este caso de cinco en cinco y que se dejó llevar por la lectura bien por su claridad bien por la sencillez del argumento y que según iba leyendo consideraba si realmente le merecía la pena seguir entre las páginas pues esas edades le quedaban muy lejanas y si acaso le azuzaba el morbo era para recordarlas y que así lo hizo y que se reconocía totalmente alejado de aquello que leía y que empezó a pensar que tal vez nunca había pasado no por los quince ni por los veinte ni por los cuarenta que eran los cortes de edad que analizaba la autora y que como le ocurría tantas veces pensaba en la cantidad de elementos literarios que sobraban o había que situar en segunda o tercera línea por menos importantes por ejemplo tantas descripciones de viviendas o de bares cuando solo eran recipientes necesarios para el desarrollo de la acción y de la actividad de las personas y que cerró por un momento el libro y se dijo ¿no habré sido nunca un joven y no habré entendido que las páginas se llenan con palabras de todo tipo? Y que se dijo pues no me reconozco ni en los gustos ni en las acciones ni en las escalas de valores y que se miró y se vio otra vez muy raro ante sí mismo y aún más ante los otros y que a todo esto las páginas iban pasando y la lectura iba avanzando y que después de comer y de descansar otro poco (sin pijama ni orinal) se volvió a engolfar en la lectura y que cuando se quiso dar cuenta se le habían acabado las horas y las páginas y las luces del día y que eso de leer un libro en un día no era nada nuevo pero pensó en la contradicción aparente que suponía notarse lejos del libro y a la vez haberlo bebido en una horas sin descanso y que a pesar de ello se sentía satisfecho de haberse detenido en un panorama que debería suponer normal por frecuente en la calle aunque no se diera por aludido precisamente y que se volvió a mirar en el espejo y se decía qué raro tengo que ser y qué extraño ante los otros y que se consoló pensando que tal vez no solo cambian las edades sino las circunstancias en las que estas se producen y se desarrollan y que pensó en escribir una carta a Mara Torres contándole las impresiones que le habían causado sus “Días felices” y que se lo pensó mejor y se dijo mejor lo dejamos como está y estiramos las edades para llegar hasta las mías y así tal vez tenga argumentos para ver que realmente las edades no son otra cosa que estampas de la vida y fotografías que se van poniendo viejas pero que suponen un enfrentamiento cara a cara con esas circunstancias especiales que el paso del tiempo y de la vida te van presentando y a las que hay que encarar con buen humor y con el recuelo de la bondad y del sentido común y que dejó el libro en el estante y se fue  solazarse con un partido de baloncesto en la tele y que se dijo pues no sé muy bien qué decir ni qué escoger entre las dos cosas y que respiró sereno y se regañó pensando que cada hora tiene su afán y ahora tocaba alegrarse con cada canasta que conseguía el equipo que quería que ganara.

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