Pasado ya el fragor de la tormenta, con la comida aún
sobre la mesa y la lengua mordida por no enturbiar el tono y el ambiente, me
siento a echar un ojo al panorama. Repaso las últimas hojas del álbum y veo que
todo sale repetido.
Vuelvo a mirar de reojo a Cataluña, a las urnas del 21
D, a las declaraciones y a la imagen del nuevo parlamento. Todo me reproduce lo
que ya tengo visto. Y me invade el desánimo. Porque esto tiene pinta de
enconarse aún más de lo que está y el futuro no augura buenos tiempos.
No entendía nada entonces y nada entiendo ahora; sin
embargo, la realidad es muy tozuda y hay que saber capear el temporal con
cabeza y con tino. Hay que seguir mirando y razonando el porqué de las cosas,
de estas cosas también.
Hay dos ejes principales que han movido las ruedas de
este tanque. Una empuja las fuerzas nacionalistas lejos de las llamadas
unionistas; la otra deja a la vista los abismos entre izquierda y derecha. En
ambos casos me siento a la intemperie y fracasado.
Los independentistas mantienen sus fuerzas y todas las
ventajas que les ha de dar la ocasión de seguir gobernando y marcando el paso de
las leyes y del tejido social desde sus medios. No sirve demasiado haber
quedado por detrás en número de votos. En condiciones normales, sin una mayoría
muy cualificada, en ningún lugar del mundo seguiría adelante ningún proceso
inútil y excluyente. Aquí todo parece que sirve si conviene para el bien del
convento. La razón cederá más espacio aún a la emoción y aquello de los pueblos
elegidos será un buen frontispicio para mirarse todos a sí mismos y sentirse
sagrados y magníficos. Digámoslo con todas las palabras: al lado del desprecio
de los otros y de claras señales prefascistas, si es que la Historia enseña
alguna cosa.
Las fuerzas de derechas son también mayoría, por más que
estos epígrafes haya que revisarlos con cuidado. He dicho algunas veces que no
hay nacionalistas de izquierdas, que ser nacionalistas y de izquierdas resulta
incompatible en todo punto, que dividir, y encima separando a los ricos de los
pobres, no tiene agarraderas en el abecé mental, que buscar las raíces en no se
sabe bien qué pueblos conduce a las cavernas y da mil pasos hacia atrás, que
cualquier ser humano, venga de donde venga, es siempre superior a cualquier
otra cosa que se piense, que el mundo se dirige a las uniones y no a las
retiradas (repito: sobre todo si se trata de ricos contra pobres), que no hay
ni un silogismo que explique este desaguisado, que…
Y luego lo del campo frente a la población de las
ciudades, el litoral distinto de los campos y montañas, las leyes de ocasión
compensatoria para los sitios de escasa población, y todas las posibles
variables.
Como me reclamo de izquierdas (muchas veces me miro y me
sorprendo riñendo a esos que dicen ser de izquierdas), reclamo de esas fuerzas
más fuerte claridad, más contundencia. Por ejemplo, creo que el PSC no tiene
claro cuál ha de ser el peso del nacionalismo identitario en sus programas y
cuál el de los programas sociales que acercan a los ciudadanos a la igualdad,
sean de un sitio o de otro. Muchas veces lo veo más nacionalista que
socialista; y esto me desagrada y me entristece. Otro tanto le ocurre a los
Comunes: no sirve proclamar la equidistancia, no es tiempo de tibiezas.
Si traslado el esquema a toda España, me sucede otro
tanto de lo mismo. La izquierda lleva tiempo, mucho tiempo, jugando al
escondite con eso de fijar los territorios, de pensar que los males se evaporan
partiendo y no sumando. Y son ya nuevos tiempos, los tiempos de dejarnos de
monsergas provincianas y de mirar con gafas solidarias, de las que alcanzan lo
mismo hasta las playas de Cádiz que hasta las montañas de Huesca. Definir y
ajustar sujetos de soberanía sigue siendo una revisión pendiente de todo el
mundo y yo se lo pido y exijo sobre todo a la izquierda. No con el fin mezquino
del aprovechamiento personal de la derecha, sino con el fin último de rebajar
las cuotas de la desigualdad. Jerarquizar principios es del todo necesario;
saber cuál es el fin más elevado ayuda a andar caminos y a limar diferencias. La
discusión no está en los territorios. El último objetivo es la dignidad del ser
humano, no es ningún territorio, ni lo es ninguna tribu, por más que por sus
venas sedimente un RH que dicen diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario