miércoles, 27 de diciembre de 2017

EN EL MISMO SITIO


Pasado ya el fragor de la tormenta, con la comida aún sobre la mesa y la lengua mordida por no enturbiar el tono y el ambiente, me siento a echar un ojo al panorama. Repaso las últimas hojas del álbum y veo que todo sale repetido.
Vuelvo a mirar de reojo a Cataluña, a las urnas del 21 D, a las declaraciones y a la imagen del nuevo parlamento. Todo me reproduce lo que ya tengo visto. Y me invade el desánimo. Porque esto tiene pinta de enconarse aún más de lo que está y el futuro no augura buenos tiempos.
No entendía nada entonces y nada entiendo ahora; sin embargo, la realidad es muy tozuda y hay que saber capear el temporal con cabeza y con tino. Hay que seguir mirando y razonando el porqué de las cosas, de estas cosas también.
Hay dos ejes principales que han movido las ruedas de este tanque. Una empuja las fuerzas nacionalistas lejos de las llamadas unionistas; la otra deja a la vista los abismos entre izquierda y derecha. En ambos casos me siento a la intemperie y fracasado.
Los independentistas mantienen sus fuerzas y todas las ventajas que les ha de dar la ocasión de seguir gobernando y marcando el paso de las leyes y del tejido social desde sus medios. No sirve demasiado haber quedado por detrás en número de votos. En condiciones normales, sin una mayoría muy cualificada, en ningún lugar del mundo seguiría adelante ningún proceso inútil y excluyente. Aquí todo parece que sirve si conviene para el bien del convento. La razón cederá más espacio aún a la emoción y aquello de los pueblos elegidos será un buen frontispicio para mirarse todos a sí mismos y sentirse sagrados y magníficos. Digámoslo con todas las palabras: al lado del desprecio de los otros y de claras señales prefascistas, si es que la Historia enseña alguna cosa.
Las fuerzas de derechas son también mayoría, por más que estos epígrafes haya que revisarlos con cuidado. He dicho algunas veces que no hay nacionalistas de izquierdas, que ser nacionalistas y de izquierdas resulta incompatible en todo punto, que dividir, y encima separando a los ricos de los pobres, no tiene agarraderas en el abecé mental, que buscar las raíces en no se sabe bien qué pueblos conduce a las cavernas y da mil pasos hacia atrás, que cualquier ser humano, venga de donde venga, es siempre superior a cualquier otra cosa que se piense, que el mundo se dirige a las uniones y no a las retiradas (repito: sobre todo si se trata de ricos contra pobres), que no hay ni un silogismo que explique este desaguisado, que…
Y luego lo del campo frente a la población de las ciudades, el litoral distinto de los campos y montañas, las leyes de ocasión compensatoria para los sitios de escasa población, y todas las posibles variables.
Como me reclamo de izquierdas (muchas veces me miro y me sorprendo riñendo a esos que dicen ser de izquierdas), reclamo de esas fuerzas más fuerte claridad, más contundencia. Por ejemplo, creo que el PSC no tiene claro cuál ha de ser el peso del nacionalismo identitario en sus programas y cuál el de los programas sociales que acercan a los ciudadanos a la igualdad, sean de un sitio o de otro. Muchas veces lo veo más nacionalista que socialista; y esto me desagrada y me entristece. Otro tanto le ocurre a los Comunes: no sirve proclamar la equidistancia, no es tiempo de tibiezas.

Si traslado el esquema a toda España, me sucede otro tanto de lo mismo. La izquierda lleva tiempo, mucho tiempo, jugando al escondite con eso de fijar los territorios, de pensar que los males se evaporan partiendo y no sumando. Y son ya nuevos tiempos, los tiempos de dejarnos de monsergas provincianas y de mirar con gafas solidarias, de las que alcanzan lo mismo hasta las playas de Cádiz que hasta las montañas de Huesca. Definir y ajustar sujetos de soberanía sigue siendo una revisión pendiente de todo el mundo y yo se lo pido y exijo sobre todo a la izquierda. No con el fin mezquino del aprovechamiento personal de la derecha, sino con el fin último de rebajar las cuotas de la desigualdad. Jerarquizar principios es del todo necesario; saber cuál es el fin más elevado ayuda a andar caminos y a limar diferencias. La discusión no está en los territorios. El último objetivo es la dignidad del ser humano, no es ningún territorio, ni lo es ninguna tribu, por más que por sus venas sedimente un RH que dicen diferente. 

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