Al comenzar la preparación del encargo,
pensé que tal vez el campo de juego no daba para tanto, sobre todo porque nunca
antes se había hecho algo semejante. Estaba totalmente equivocado. Hay tema
para muchos ciclos más y fuera han tenido que quedar personajes y usos
importantísimos de la lengua en esta ciudad. Tiempo habrá. Me satisface comprobar
que, a pesar de todo, también en la ciudad estrecha han vivido y viven gentes
que merecen mucho la pena y que son ejemplo para pensar y actuar. Y todo ello
con la certeza de que, más allá del aldeanismo, lo que interesa es la mezcla de
la proximidad con el valor de sus legados. Porque uno es ciudadano de un sitio
pequeñito y en él desarrolla sus quehaceres y agota su vida; pero es tan cierto
como eso el hecho de que cualquiera es a la vez ciudadano del mundo, y los
valores generales sirven tanto en una esquina del espacio como en otra. Mi
reconocimiento para todos esos ejemplos próximos y a la vez lejanos pues, como
digo, sirven para aquí, para ahí y para allí.
Pero el otro valor, más importante todavía,
es el de los alumnos que acuden a esas clases. Nadie aprueba ni suspende (ni falta que hace); nadie
tiene necesidades acuciantes para aprender tal o cual esquema; nadie se siente
presionado por nada externo. ¿Qué les lleva, entonces, hasta las aulas? No
tengo derecho a entrar en sus conciencias ni en sus gustos; tan solo puedo imaginarlos.
Las circunstancias y las capacidades de cada uno, por supuesto, son muy
diversas. Los imagino llenos de curiosidad, plenos de ganas por conocer cosas,
por enterarse de lo que acaso intuyen solamente, deseosos de poner luz a sus
lagunas, ansiosos por aprender y por aprehender. Se nota en sus actitudes y en
su atención. En ese contexto, las clases resultan para el profesor muy
satisfactorias. Creo que ellos son la mejor muestra de que, en realidad, lo que
diferencia al ser humano del resto de seres animales es la curiosidad, esa
especie de impulso vital que nos empuja a entrar en los terrenos desconocidos
para hacerlos nuestros y para dominarlos. Mientras uno posee curiosidad, se
mantiene con ánimo y con energías para seguir dando sentido a su vida. Porque
la curiosidad engendra el principio del conocimiento, el conocimiento nos
acerca al dominio y el dominio de las cosas nos presenta su realidad más
descarnada. Entonces la vida se llena de sentido o se vacía, pero ya desde la
consciencia y desde la comezón de seguir arrancándole secretos. Nada asegura
que el conocimiento acarree la felicidad, pero sí es seguro que la ignorancia
nos sitúa en la imbecilidad y nos anula como seres con capacidad para pensar y
decidir, para ordenar nuestro camino y ser responsables de él.
No es la primera vez que imparto cursos en
esta modalidad de la Experiencia: lo he hecho incluso en otra
universidad. Tal vez no será la última. La experiencia me satisface. Mi
enhorabuena para el contexto que la hace posible y, sobre todo, para los
alumnos. Cada día tiene su afán pero la curiosidad no sabe de edades porque
solo se hace sinónima de la vida. Y la vida solo tiene intensidades, no edades.
1 comentario:
Maravilloso análisis de lo que es el impulso del aprendizaje.
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