Por primera vez después de mucho tiempo, terminará el
año sin haber vuelto a leer el Quijote. Se había convertido ya en una costumbre
el hecho de empaparme con su lectura y con sus enseñanzas y este año apenas he
salteado capítulos aislados. A veces elegidos al azar y a veces buscados por
alguna razón concreta. Hoy, en espera de la comida navideña y después de
rastrear por algunas páginas digitales, he decidido abrir el libro por donde el
destino tuviera determinado. Le tocó al capítulo XXXVII de la segunda parte: Aventura
del rebuzno. Aparentemente parece de transición y de divertimento
solamente: Sancho intenta una demostración rebuzneril, los paisanos se sienten burlados
y la emprenden a palos con él y con el caballero. Y hete aquí por dónde, ¡el caballero
huye! Y me deja al pobre escudero apaleado. Lo aguarda alongado del lugar y
cuando observa que ya no hay peligro para su integridad. ¿Pero dónde se ha visto
tal disparate? ¡Los pájaros a las escopetas! ¡El valiente y esforzado caballero
con miedo y calculando y razonando cuál puede ser su mejor actuación, y el
miedoso de Sancho hecho un guiñapo!
Ambos se emboscan y estalla la tormenta. El autor se
escuda en una afirmación que quiere sustentar todo lo que allí ocurre: “Cuando
el valiente huye, la superchería está descubierta, y es de varones prudentes
guardarse para mejor ocasión”. ¿Dónde, entonces, los caballeros andantes y sus
gestas imposibles? Don Quijote se nos ha vuelto juicioso: “…has de saber,
Sancho, que la valentía que no se funda sobre la base de la prudencia se llama
temeridad”.
Aquí vio su ocasión Sancho para seguirle en su trampa. Para
andar echando cuentas y bajándose a la realidad mostrenca, mejor en el pueblo y
en el campo. A echar cuentas, a saldar el contrato y cada mochuelo a su olivo. Algo
de regateo, la inclusión del valor imaginativo de la ínsula y adiós.
El caballero no se arredra ni se achica; practica
claramente la huida hacia delante y llama a su escudero de todo: “Prevaricador
de las ordenanzas escuderiles, malandrín, follón, vestiglo, asno, …un solo paso
desde aquí no has de pasar más adelante conmigo”. Qué cabrón, no hay derecho.
Lo que digo, los pájaros a las escopetas.
Y Sancho se me acojona y se me deshace en pucheros y en
lágrimas, se propone asno con cola y “jumento para todos los días que me (le)
quedan de vida”.
Vale, muchacho, te perdono la vida y vamos adelante, le
viene a decir don Quijote.
Qué barbaridad. Repito, las funciones y las
personalidades cambiadas. Y triunfante el que defiende sostenella y no
enmendalla. Siempre he entendido que la personalidad del escudero se hace
mayor, adquiere más peso y protagonismo que la del caballero en la segunda
parte de la obra inmortal y acaba por hacerse más próximo y amigo del lector.
Pero a mí, como siempre, me interesa en la medida en la
que pueda trasladar la consideración a mi vida y a la de mis contemporáneos. ¿Conviene
alguna vez mantener la huida hacia delante aun sabiendo que no estamos siendo
exactamente honrados? ¿Vale la mentira para ahorrar males mayores? ¿En qué
condiciones se podría defender esa huida y ese cinismo? ¿Cuántos y cuándo somos
caballeros, y cuántos y cuándo somos escuderos?
No, no era un capítulo de transición; en él se
entrecruzan dos formas de comportamiento bien distintas. Tal vez como nos
sucede a todos cada día. También en aquellos hechos que parecen sin importancia
y de pasar el rato. Cada cual sabrá.
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