Se definen los tópicos como esos lugares
comunes a los que acudimos de manera inconsciente y por los que nos dejamos
llevar sin pensar en su bondad o en su maldad; los seguimos únicamente porque
los demás también los practican y damos por hecho que no serán malos cuando
tantos los invocan. Tal vez aquí actúe aquello de algo tendrá el agua cuando la
bendicen, o aquella otra expresión que rezaba así: adonde fueres, haz lo que
vieres.
Sigo en el convencimiento de que la vida no
se puede inventar desde la nada, de que el ser humano individual necesita
apoyarse en las experiencias de los demás. Ojalá lo pudiera hacer: sería un
descubrimiento continuo y un milagro infinito, cada ser humano sería un dios
menor, pero seguiríamos en la edad prehistórica y en las cavernas. ¿Esto
significa que todo está ya encauzado y que lo que cada ser humano tiene que
hacer es seguir la senda trazada por los demás? En absoluto. De nuevo, saber
trazar el término medio adecuado y mezclar con inteligencia lo ya demostrado y
todo lo que cada uno individualmente puede y debe descubrir, dando sentido a su
propia vida, es lo que nos da un ser equilibrado y a la vez descubridor de
nuevos elementos, de nuevas vías, o, al menos, de nuevas formas de andar los
caminos de la vida.
Sospecho que, a pesar de los adelantos de
todo tipo, o tal vez precisamente por ellos, nos dejamos llevar ahora más que
nunca por toda esa serie de tópicos que casi nos convierten en amansadas ovejas
que apenas si se salen de la fila y que siguen sumisas la voz del pastor y el
ladrido del perro. Siempre defiendo que la causalidad es múltiple y que todo
hay que explicarlo desde diversas razones, pero los hechos concretos me ponen
en el disparadero y me traen la desazón.
La ejemplificación de este hecho me lleva a
las imágenes de las vacaciones, de las rebajas, de los deportes, de los
festejos, de los reconocimientos públicos, de los premios, de todo lo que se ha
subido en esta pasarela global en la que se ha convertido esta sociedad. Hoy me
fijo en uno que anda de moda y de temporada. Se trata de la lotería de Navidad.
Lo hago solo a título de ejemplo. Son tantos los que se pueden elegir… No voy a
repetir que me parece, este de la lotería, un hecho que premia lo menos humano
de todo, que es la suerte, esa suerte que puede arreglar la vida de un ser por
el azar mientras tiene a tantos otros esforzándose durante toda la vida para
apenas poder sobrevivir. Se trata ahora de algo aún más desconcertante. Hay
gentes que forman colas larguísimas para conseguir un décimo de lotería en una
administración concreta por ser esa administración y no otra; o de personas que
buscan con afán un décimo que tiene que terminar en tal o cual número; o
aquellas otras que se empeñan en repetir el mismo número que ha sido premiado.
Como si las vueltas del bombo se rigieran por leyes impuestas por un cinco o un
seis.
¿Cómo puede haber tanto supersticioso, tanto
ignorante, tanto analfabeto, tanto irracional, tanto imbécil por el mundo? ¿Será
que este mismo mundo necesita esta tropa de sirvientes mentales para que puedan
vivir mejor los pocos de la otra parte? No quiero deslizarme por terrenos
resbaladizos, empantanados y que tal vez nos llevan a deducciones
desagradables. Prefiero dejarlo aquí. Sobre todo para que no me gane el desánimo.
El ser humano es un ser de costumbres, sabe
adaptarse mejor que ningún otro animal a los ambientes, y por eso sobrevive y
domina. También debe hacerlo en lo que a sus semejantes se refiere; pero tiene
que poseer la capacidad de análisis y de decisión para romper cuando lo crea
oportuno y para hacer de su vida un camino personal y único, rico y denso, con
equivocaciones y con aciertos que dependan de él mismo y no solo de lo que
apunte la costumbre y el tópico. Aunque esto suponga tantas veces el olvido, el
desconocimiento, la falta de reconocimiento y la ausencia del halago simplón de
los demás.
En fin, que haya suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario