Mientras escucho el Magnificat de Bach, pienso en la ópera y en todo lo
que implica y representa. Que Bach se compadezca y me perdone. Dejaré de
escuchar su música para solo oírla por un rato. Prometo volver a ella con
atención y asombro.
Ayer asistí a la representación de la ópera Macbeth en el teatro
Cervantes de la ciudad de Béjar. La Ópera Nacional de Moldavia era la encargada
de ponerla en escena. Casi tres horas de música, textos y composiciones
escénicas, vestuarios y diseños en un escenario inigualable como es el de este
teatro casi único del que gozamos en la ciudad estrecha. Benditas la
construcción, la restauración y el mantenimiento de este lugar. Su fondo de
escenario y su sonoridad son los dos hechos que permiten que estos
acontecimientos se puedan poner en pie.
De modo que ver ópera no es privativo de Madrid o de las grandes ciudades.
Por lo demás, ya he dicho alguna vez que en Béjar existe un grupo notable de
aficionados a las artes escénicas.
A mí, como siempre, la contemplación de una creación artística me
transporta a otras consideraciones y no solo me contiene en los límites del
placer estético.
Ayer, por ejemplo, consideraba alguna de estas variables:
La importancia que a la actividad musical “clásica” se le da en los
países de Centroeuropa y la escasa que se le concede entre nosotros.
El momento y el fin con el que nació la ópera, que poco o nada tienen
que ver con la gente de a pie y sí casi todo con los grupos más poderosos:
nobles, iglesia o burguesía. Por eso el tipo de composición, los lugares de
representación y otras variables propias de este género.
La conservación de este tono elitista que se ha conservado en buena
parte hasta hoy.
La “sociología” que se podía describir entre los asistentes, a pesar de
la afición arraigada en la ciudad a los acontecimientos teatrales. Este hecho
se puede describir y comprobar con más facilidad en una pequeña ciudad como
Béjar en la que casi todo el mundo se conoce, al menos de vista. Allí viérades
personas / peripuestas, con aspecto / de saber de toda cosa / y lindos de voz y
gestos… Pocos parados y de aspecto avulgarado. Pocos. Toda una lección y un
racimo de uvas para degustar una a una y sacarles jugo hasta llegar al
aguardiente. Para mí la impresión más importante.
Los fondos de realeza, nobleza o mágicos en los que estos textos se
suelen sostener, aunque como núcleo planteen elementos de valor universal:
Macbeth no es otra cosa que una lucha trágica por alcanzar y detentar el poder.
El tema planteado es universal y eterno, pero la visualización se hace con
elementos muy anacrónicos para el siglo veintiuno, por más que sea Shakespeare
el creador original. Mucho más actual me parece, por ejemplo, la suma que hace
Lorca en su teatro con elementos clásicos y rurales o populares. En fin, hoy
tendríamos que sustituir reyes y príncipes por políticos o banqueros….
Las diferencias de nivel de vida entre unos países y otros. Ayer daba la
impresión de que media Moldavia se había venido a España para representar la ópera.
¿Cómo puede sobrevivir un elenco tan numeroso? ¡Y todos de primerísimo nivel!:
la soprano, Rodica Picirenau, cantó de manera maravillosa.
Y así elemento tras elemento y arista sobre arista.
De fondo siempre la orquesta, el canto, la historia y la tragedia, la
magia y la fuerza del destino, el afán de poder, las arquitecturas escénicas… Y
mi mente dándole vueltas a todo ello. Y gozando del espectáculo creativo y
musical, claro.
A la salida, el cielo lloraba mansamente. La noche y la lluvia se
abrazaban y yo me dejé mojar por las angostas calles de la ciudad estrecha. La “sociología”
se dispersó discretamente. La música calló o se fue durmiendo. Pero el ansia de
poder y de dominio siguió en lo alto, mirándonos a todos y amenazando con
volver a vernos con máscara distinta.
Ahora ya vuelvo a Bach.
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