Así reza un dicho popular, que viene a recordarnos lo engorroso que
resulta litigar y los perjuicios que ello puede acarrear. Por eso, tal vez, no
sería malo añadir aquello otro que reza de esta manera: El mejor juez es el que
no existe.
No tengo recuerdos de ningún juicio que me haya afectado directamente,
pero me aterra pensar el poder casi omnímodo que tienen los jueces. Si un juez
se empeña, esta misma noche el presidente del Gobierno duerme en chirona y nada
lo puede impedir. Mañana ya veremos, pero, de momento, mejor que no se le ponga
en las narices al juez de turno.
Anda medio país escandalizado y avergonzado ante la sentencia del
Tribunal Supremo que tiene que ver con el asunto de las escrituras de las
hipotecas, eso que técnicamente llaman actos jurídicos documentados. Y yo creo
que lo está con razón. El asunto viene a corroborar, una vez más, que el fuerte
siempre termina llevándose el gato al agua. Tampoco habría sucedido nada muy
distinto en caso de que la sentencia se hubiera producido en sentido contrario,
pues los bancos habrían repercutido ese gasto en otro apartado distinto y todos
tan contentos: a pagar los de siempre. El asunto, me parece, tiene muchas
aristas y un alcance que va mucho más allá de estos fuegos fatuos repentinos,
aumentados de nuevo por los medios de comunicación y su morbo del instante. Yo,
en este formato, y siempre desde la precaución de mis conocimientos muy
limitados del asunto, solo puedo formular alguna consideración, aquella que
pueda tener, según mi opinión, más alcance.
Es generalidad recordar que un sistema democrático se apoya en tres
poderes independientes: legislativo, ejecutivo y judicial.
Ser independientes no significa que cada uno actúe según le venga en
ganas. El primero y principal poder es el legislativo. Este es el único elegido
por los ciudadanos y el encargado de regular la convivencia de la comunidad a
través de las leyes que vaya aprobando. Los otros dos no son más que ejecutores
de esas leyes: el ejecutivo haciéndolas cumplir y el judicial decidiendo
acerca de la legalidad de ese cumplimiento. Nada más. Son, por tanto,
posteriores y, si me permiten, subsidiarios del primero.
En alguna ocasión he hablado de los integrantes de las fuerzas armadas
como unos obreritos más, que cumplen
como los demás en su trabajo. Hoy tengo que recordar que los jueces son también
obreritos, que cumplen la función que se les ha encomendado y reciben un
salario por ello. Por cierto, bastante más generoso que el que recibe un
albañil o un enfermero.
La independencia judicial solo puede estar garantizada por la integridad
moral y por la inteligencia de los jueces. Los demás tenemos la obligación de
mantenerlos dignamente para que no caigan en la tentación… Nada más. Tan solo
eso.
De modo que habría que mirar un poco más al poder legislativo (Congreso
y Senado), del cual emanan las leyes y pensar que, si las leyes no se les
ofrecen al ejecutivo y al judicial bien claras y precisas, la interpretación
gana terreno y las sentencias pueden ser muy variadas. Y luego nos encontramos
con lo que nos encontramos.
No entiendo muy bien por qué, en este caso, se le echan culpas a algún
juez en especial cuando la resolución se ha tomado en un grupo de casi treinta
jueces especializados.
El tenor literal de la ley no debería estar tan claro cuando la
interpretación ha sido tan discutida y enfrentada.
Vamos, pues, a mirar algo más al poder legislativo; exijámosle un nivel
intelectual, de razonamiento y de altura de miras digno de la comunidad a la
que representan; y no aplaudamos las peleas de gallos en las que el hemiciclo
se convierte con tanta frecuencia.
La democracia exige que cualquier ciudadano pueda ser representante de
los demás. Pero, ¿qué exigencias tienen algunos diputados y senadores a la
vista de lo que manifiestan y dejan entrever en sus cabecitas?
¿Qué influencia tienen los medios a la hora de crear o derribar héroes en esta fiesta continua de fuegos
artificiales?
Y tan solo una más, que me alcanza más de cerca. La realidad vital no se
puede pasar al código legislativo, porque la vida no cabe en las leyes. Por muy
perfectas que estas sean. La vida es mucho más rica y variada. Las leyes deben
buscar la exactitud y la concreción, aun sabiendo que nunca las van a alcanzar.
Alguna función tendrían que cumplir los expertos en las palabras.
Como la exactitud es imposible, dejemos que el sentido común y la buena
voluntad nos guíen por el camino menos malo.
Y que no se exciten ni los banqueros ni los usuarios: al final, de una
manera o de otra, los paganos serán los de siempre. Al menos en una sociedad
con una balanza de fuerzas como esta.
2 comentarios:
¡Magistral, amigo Antonio! Este texto debería ser de aprendizaje obligatorio para quienes quieran dedicarse a la política, a la magistratura o a la comunicación.
A.Merino
Gracias.
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