Desde hace algún tiempo vengo
utilizando los servicios que me presta la biblioteca municipal; en ella
encuentro libros que me acompañan en la lectura y que me evitan la compra y el
gasto que ello comporta. La selección que hacen en las compras no es la que más
me satisface, pero si la complemento con las mías y con los libros que también
recojo en medios electrónicos (donde ya está casi todo) y en los fondos de
segunda mano de Felipe, me voy arreglando. Ayer acudí a reponer libros y la
biblioteca estaba cerrada. Evitaré los comentarios que esto me suscita.
Ahora estoy solo en mi casa, con
música relajante de fondo y tecleando estas líneas. La soledad y el silencio me
invaden. Tan solo me acompañan las notas y un cierto repiqueteo de las teclas.
Imagino otros momentos en los que
la biblioteca sí está abierta y acoge a gente leyendo. Si se respetan las
normas, casi siempre reina el silencio y cada lector anda a lo suyo, cada libro
es un mundo diferente y cada página descubre un contexto único e irrepetible.
Entonces pienso en la soledad, en
los momentos en los que cada uno se bate solo, sin ayuda de nadie, solo ante el
peligro y solo ante el misterio del descubrimiento y de la vida.
Tengo una nieta maravillosa de
nueve años. Lee y entona muy bien. Lee y escenifica cuentos para los niños, y
lo hace a las mil maravillas. Pero eso es representar más que leer. La lectura
fetén se hace en silencio, en el olvido de lo demás, con las puertas de la
atención cerradas a cal y canto y solo abiertas a la sorpresa de lo que el
libro venga a proponer. Ahí se bate uno solo, es soldado contra sí mismo, y
acaso lo sea no tanto para vencer como para derribar barreras y transformarse
en otro distinto. Aquí sí que sirve el oxímoron de Juan de la Cruz: “La música
callada, la soledad sonora, el aire que recrea y enamora”. Bendita soledad
esta.
El ser humano es lo que son sus
circunstancias. No quiero volver sobre ello. Casi siempre anda enzarzado en
mezclas con lo otro, que no es más que continuación de lo mismo, en camino de
ida y vuelta. Por eso tal vez son tan sabrosas estas excepciones.
Tal vez otro de los escasos
momentos en los que hay que batirse solos tiene que ver con el hecho biológico
de la muerte, con ese momento de desconexión en el que todo se va alejando y
apenas van quedando los últimos ecos de los ecos, hasta que nada es nada. Imaginarlo
ahora no me pone, como dicen los nuevos, pero ahí está aguardando y algún día
habrá que encararlo. Y no servirán de mucho aquellas palabras del poeta
Manrique: “Cercado de su mujer / y de hijos y de hermanos / y criados…”
Aliviarán, pero habrá que batirse solo. Que sea con las mejores armas, aunque
el combate tenga vencedor previsto.
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