miércoles, 23 de enero de 2019

ÉTICA Y MORAL



Los que jugamos con las palabras tenemos la obligación de tratarlas con mimo y cuidado, para que no se enfaden con nosotros y nos abandonen y, sobre todo, para que consigamos -hasta el grado en que esto es posible- una concreción en el ato de la comunicación. Por eso tal vez andamos todo el día con los diccionarios abiertos, en busca del término que mejor se ajuste a la idea que queremos describir. Como la palabra, por definición, es pobre y solo aproximativa, nos quedamos siempre con la miel en los labios y con la sensación agridulce de que nunca llegamos hasta donde queremos. Qué le vamos a hacer. Es entonces cuando tiene que venir en nuestro auxilio la buena voluntad propia y del receptor, para no sentirnos desnudos y pobres de solemnidad.
Con frecuencia acudimos a pedir auxilio a los sinónimos, tal vez para engañarnos y pensar que con más palabras la idea ha de quedar más clara. No siempre es así; a veces lo que hacemos es enmarañarlo todo un poquito más. Entre otras razones porque tampoco los sinónimos absolutos existen, sino solo aproximaciones de unos significados a otros.
Esto nos sucede con el uso de estas dos palabras: ÉTICA y MORAL. Las encontramos como sinónimas en casi cualquier diccionario al uso, y la utilizamos como tal en casi todas las ocasiones.
Hace algunos años -por ejemplificar- había en los planes de estudio una asignatura que llevaba el marbete de Ética. Hay que suponer que en ella se analizaban principios generales que, una vez analizados y entendidos, tendrían su uso en las costumbres y comportamientos de cada día. Por otra parte, se habla de moral con apellidos: moral católica, moral religiosa, moral política… Todas ellas hacen referencia a los comportamientos concretos en el discurrir de cada día.
Los ejemplos nos enseñan que, si hablamos de ética, nos estamos refiriendo a la búsqueda de un sistema que nos enseña a discernir entre el bien y el mal. Se trata de un sistema de conceptos y de principios, no de usos. Cuando hablamos de moral, pensamos en las reglas concretas que nos llevan al uso y a la práctica de ese bien o ese mal descubierto por la ética como principio.
No es pequeña la diferencia, por más que ambas parecen parte de un mismo camino. La primera parte sería la ética, que apunta más a la unidad, al concepto y a la universalidad. La segunda, la moral, describiría la segunda parte de ese camino, la práctica, el paso de las musas al teatro.
Merodear por los principios éticos resulta complicado, pero es lo que han intentado las mentes pensantes de nuestra historia y los filósofos a la cabeza. Pero, si merodear por la ética resulta fatigoso, pasar al plano de la moral nos conduce a formas siempre plurales y diversas de entender y de poner en práctica esos principios éticos. Por eso las morales son tantas y tan diversas y hasta opuestas. Son las reglas que generan los comportamientos concretos las que conforman la moral, mientras que los sistemas que están en su base y los producen constituyen la ética.
Sería bueno pensar en ética (singular) y en morales (plural).
Naturalmente, la ética busca siempre la esencia y la definición del BIEN, aunque lo puede hacer desde diversas perspectivas: naturalista (el Bien está en la naturaleza), antinaturalista (La naturaleza no es ni buena ni mala). Acotar la idea de Bien acaso sea el misterio de todos los misterios y por eso hay tantas aproximaciones teóricas y filosóficas. Tal vez nuestras aspiraciones tengan que ser más modestas. Pero no podemos cejar en el intento: de ello, de ese concepto que genera toda la ética, se desprenden los diversos comportamientos morales diarios que nos conducen a una vida más o menos soportable y hasta agradable. Y, al final del camino, no estamos ya en los principios, sino en los actos al por menor, que son los que dicen de nosotros lo que somos en cada momento.

No hay comentarios: