La realidad es tal solo si se
fija en palabras y se puede transmitir. Aquello de que una imagen vale más que
mil palabras es una filfa, pues la capacidad comunicativa de la palabra es muy
superior a la de la imagen y su poder de abstracción también. El milagro está
en la abstracción y en el paso de la realidad a la imagen mental, de esta a la
palabra articulada y de ella al acto comunicativo.
Una de las manifestaciones más
cierta de lo que digo son los refranes; en ellos se condensa todo un mundo de
cultura popular que se ha ido transmitiendo de generación en generación. Como
el ser humano ha vivido -y sigue viviendo, aunque no se dé mucha cuenta de ello,
en este mundo de vértigo- mirando al cielo y pendiente de él, el principal
bloque del refranero hace referencia a la naturaleza y a sus fenómenos.
El mes de enero abre la puerta -Jano,
ianua- al año, aunque no siempre ha sido así, y a sus días fríos se encomienda
toda una ristra de refranes. Me gusta de vez en cuando quedarme mirándolos,
porque, cuando lo hago, es como si estuviera en el campo meditando, pues
imagino la realidad y rumio alguna idea que de ello se desprenda.
Vivo en una pequeña ciudad
estrecha de la que se decía que solo tiene dos estaciones, la de invierno y la
de ferrocarril. Hace más de treinta años que nos quedamos sin la de
ferrocarril. Será porque somos vecinos de los extremeños. El cambio climático
es el que es, pero las esencias siguen conservándose. Y al abrigo del radiador
se está muy bien, aunque no puedo prescindir de mis salidas a la naturaleza. Por
si acaso, también me consuelo con los refranes de la época, que son como
pequeñas píldoras que me traen todo lo de fuera hasta mi sillón.
Me fijo más en unos que en otros,
tal vez en aquellos que más me rozan, por mi realidad y por la añoranza de la
niñez, con tantas horas en el campo y en la naturaleza más inmediata. Así que
elijo algunos y los siento a mi alrededor:
-Enero, buen mes para el
carbonero (Este me lo quedo porque me pertenece).
-Por los reyes, lo conocen hasta
los bueyes.
-En enero, bufanda, abrigo y
sombrero.
-En enero, enciende la abuela el
brasero.
-Por san Antón (17 de enero), la
gallina pon; pero solo la que come con el cebón.
-En el mes de enero, se hiela la
ropa en el tendedero.
-Si por enero hay flores, en mayo
habrá dolores.
-Lluvias de enero llenan cuba,
tinaja y granero.
-Cabrito el de marzo, cordero el
de enero.
-El tronco de enero no lo pongas
en el humero.
Y así podría seguir, pero me
basta esta decena para sacarle un poco los colores a este mes de enero, del que
ya va una buena parte pasada. Lo hago con la esperanza que me regala este último
refrán: “La justicia de enero es muy rigurosa; pero, llegando febrero, ya es
otra cosa”.
Pues eso.
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