Las palabras son dardos cargados con abrazos o puñales; con
las palabras se puede causar mucho mal y mucho bien; su uso adecuado, preciso y
justo no es inocente, ni mucho menos. No es poco admitir la indigencia que
comportan y las limitaciones a las que se ven sometidas, como para andar
usándolas con descuido y en la dirección que sople el viento. Las palabras son
solo representaciones sonoras o gráficas de las imágenes mentales que de la
realidad nos hacemos; por eso tienen que ser utilizadas e interpretadas con
mimo y con la mejor voluntad, para que sirvan al fin supremo de la
comunicación entre los que las usan y a su bienestar físico y mental.
No se trata -cuántas veces habrá que recordarlo- de ser
inmovilistas, sino de tener un poco de cuidado con los cambios y de no dejar
llevarse por la moda más seguida y, con demasiada frecuencia, promovida y
alentada por los más indigentes en esto de la palabra.
Hay, sin embargo, un juego positivo con ellas, con las
palabras, que nos deja acomodados a su costumbre, al gustito de su compañía, a sus
caprichos y a sus precisiones. Practicarlo con frecuencia puede resultar
saludable.
Válganos hoy, en este formato, el siguiente ejemplo: QUERER y AMAR.
Parecería que en contextos amorosos serían intercambiables,
pero no así en otras situaciones. No nos sorprenderíamos si oyéramos o
leyéramos estas expresiones: “Te quiero”
o “Te amo”. Sin embargo, nos llamaría la atención oír esta oración: *“Amo encontrar un trabajo”. Tal vez hasta
reaccionaríamos rumiando por lo bajini: “Pues
lo vas a tener crudo con estas pretensiones”.
Lo cierto es que los orígenes y las etimologías de nuestras
dos palabras son diferentes y nos llevan a significados distintos.
QUERER procede del verbo latino “Quarere” y significa buscar, pretender,
procurar, intentar obtener… Implica, por lo tanto, un camino, un proceso
inacabado, una actividad en desarrollo.
AMAR nos lo pone más fácil (o más difícil,
según se mire), pues nos remite, simplemente, a amare = amar.
Dejaremos ahora qué implicaciones guarda eso que llamamos
amor o amar. Es negocio de particular juicio. Pero quedémonos con lo más
sencillo. Seguramente acordaríamos (otra palabra preciosa) que amar indica, al
contrario que querer, el final de un proceso, un estado de reposo, una meta
alcanzada, una quietud… Tal vez aquel estado que cantaba Juan de la Cruz: “Quedeme y olvídeme, / el rostro recliné
sobre el amado, / cesó todo y déjeme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas
olvidado”. O algo así, aunque no sea tanto.
Fijándonos en estas diferencias, ¿podremos volver a
intercambiarlas a partir de ahora en contextos amorosos? ¿Será, por tanto, lo
mismo “querer” que “amar”? Si oímos que A quiere a B, y en otra ocasión leemos
que A ama a B, ¿con cuál de las dos situaciones nos quedamos más a gusto? ¿Y si
miramos a nosotros mismos?
No, no es igual querer que amar. Aunque yo no me he
pronunciado acerca de cuál de las dos palabras me complace más. Allá cada uno.
Las palabras no son inocentes, y su uso tampoco. Pues a
quererlas y a amarlas. Cada uno según es nuestro talante: yo lo que tiene importancia,
ella todo lo importante, como decía la canción.
1 comentario:
Me quedo con las dos, tienen su propio significado pero si tuviera que escoger una sería, sin duda, amar.
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