jueves, 8 de agosto de 2019

JUGAR CON FUEGO



Las palabras son dardos cargados con abrazos o puñales; con las palabras se puede causar mucho mal y mucho bien; su uso adecuado, preciso y justo no es inocente, ni mucho menos. No es poco admitir la indigencia que comportan y las limitaciones a las que se ven sometidas, como para andar usándolas con descuido y en la dirección que sople el viento. Las palabras son solo representaciones sonoras o gráficas de las imágenes mentales que de la realidad nos hacemos; por eso tienen que ser utilizadas e interpretadas con mimo y con la mejor voluntad, para que sirvan al fin supremo de la comunicación entre los que las usan y a su bienestar físico y mental.
No se trata -cuántas veces habrá que recordarlo- de ser inmovilistas, sino de tener un poco de cuidado con los cambios y de no dejar llevarse por la moda más seguida y, con demasiada frecuencia, promovida y alentada por los más indigentes en esto de la palabra.
Hay, sin embargo, un juego positivo con ellas, con las palabras, que nos deja acomodados a su costumbre, al gustito de su compañía, a sus caprichos y a sus precisiones. Practicarlo con frecuencia puede resultar saludable.
Válganos hoy, en este formato, el siguiente ejemplo: QUERER y AMAR.
Parecería que en contextos amorosos serían intercambiables, pero no así en otras situaciones. No nos sorprenderíamos si oyéramos o leyéramos estas expresiones: “Te quiero” o “Te amo”. Sin embargo, nos llamaría la atención oír esta oración: *“Amo encontrar un trabajo”. Tal vez hasta reaccionaríamos rumiando por lo bajini: “Pues lo vas a tener crudo con estas pretensiones”.
Lo cierto es que los orígenes y las etimologías de nuestras dos palabras son diferentes y nos llevan a significados distintos.
QUERER procede del verbo latino “Quarere” y significa buscar, pretender, procurar, intentar obtener… Implica, por lo tanto, un camino, un proceso inacabado, una actividad en desarrollo.
AMAR nos lo pone más fácil (o más difícil, según se mire), pues nos remite, simplemente, a amare = amar.
Dejaremos ahora qué implicaciones guarda eso que llamamos amor o amar. Es negocio de particular juicio. Pero quedémonos con lo más sencillo. Seguramente acordaríamos (otra palabra preciosa) que amar indica, al contrario que querer, el final de un proceso, un estado de reposo, una meta alcanzada, una quietud… Tal vez aquel estado que cantaba Juan de la Cruz: “Quedeme y olvídeme, / el rostro recliné sobre el amado, / cesó todo y déjeme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado”. O algo así, aunque no sea tanto.
Fijándonos en estas diferencias, ¿podremos volver a intercambiarlas a partir de ahora en contextos amorosos? ¿Será, por tanto, lo mismo “querer” que “amar”? Si oímos que A quiere a B, y en otra ocasión leemos que A ama a B, ¿con cuál de las dos situaciones nos quedamos más a gusto? ¿Y si miramos a nosotros mismos?
No, no es igual querer que amar. Aunque yo no me he pronunciado acerca de cuál de las dos palabras me complace más. Allá cada uno.
Las palabras no son inocentes, y su uso tampoco. Pues a quererlas y a amarlas. Cada uno según es nuestro talante: yo lo que tiene importancia, ella todo lo importante, como decía la canción.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Me quedo con las dos, tienen su propio significado pero si tuviera que escoger una sería, sin duda, amar.