viernes, 9 de agosto de 2019

EL ORDEN DE LAS COSAS



Siempre matar el tiempo, siempre dándoles vueltas a las cosas, sin saber que se van y no son nada en cuanto pasa el tiempo. Es lo que siempre pasa, que pasa el tiempo. Parecería tan solo un juego de palabras. Creo que es mucho más.
Hace unos días, en la carretera que lleva hasta la Dehesa de Candelario, le decía a un amigo con el que conversamos unos minutos: “Vamos hasta la Dehesa, a arreglar el mundo”. Y él nos respondió enseguida: “No se os ocurra arreglar el mundo porque entonces no tendremos de qué hablar”. Mucha sustancia en la respuesta del amigo.
El caso es que el orden del día de ese darles vueltas a las cosas nos lo imponen siempre desde fuera, nos lo recuerdan, con el sonsonete interminable, las televisiones, los periódicos y las emisoras de radio. Esos medios nos marcan el ritmo y, por repetición y por cansancio, nos obligan a dar vueltas en torno de lo que nos proponen. Y el mundo es la mirada que le echemos, el foco que pongamos y la interpretación que cada uno haga de esa realidad seleccionada por nosotros.
¿Es el mundo real como lo vemos? No importa demasiado. Leamos, por si acaso nos ilumina algo, a Kant, o tal vez a Descartes. Pero eso es para otro momento. Lo importante es saber que, sea lo que sea la realidad última, nosotros debemos actuar según lo que el mundo proyecta en nuestros sentidos y en nuestra razón, o viceversa, según lo que seleccionamos de esa realidad con nuestros sentidos y con nuestra mente. Si se quiere, dicho con las palabras del filósofo: “El hombre es la medida de todas las cosas”.
Pero, por mucho que nos esforcemos en hacer esa selección, ya viene dada de serie. Tan solo tenemos que dejarnos llevar y seguir los sonidos y la fila del rebaño.
Sirva este ejemplo. La próxima semana comienza la liga de fútbol. Veremos que nuestra atención, guiada por todo lo que nos apabulla desde los medios, se concentra en ese hecho y pasa a ocupar uno de los primeros lugares en las conversaciones y en el asunto ese de matar el tiempo. Conviene no resistirse demasiado por el peligro de morir en el intento. Porque dicen que existe el libre albedrío. Yo mismo pertenezco a un grupo que deliberadamente se llama así. Pero tengo para mí que no es fácil usar de esa palanca, olvidando el contexto en el que cada día tenemos que movernos. Al fin y al cabo, el hombre es un animal social, decía Aristóteles.
En esta situación continuada, el mundo se jibariza, encoge y se acobarda, se minimiza en todo, se selecciona según la voluntad del que posee los medios para marcar el ritmo.
Con todo, el hecho se agudiza o se distiende según la época del año. Echar una ojeada al mes de agosto es desolador. El mundo es hormigueros en las playas, gentes que son el pasto de la noche, muchachos que planean y se matan con tal de hacerse una foto y entrar en la carrera del famoseo… Qué sé yo.
¡Y el mundo es mucho más que solo eso! Pero anda al otro lado de la valla, detrás de las cámaras y no en primeros planos, en la hoja de periódico que no se publica o en el programa que no se emite.
Y aun hay otra consideración que desanima. Ya es mucho que un imbécil se tire por la ventana para sacarse fotos. Pobrecito él si no da más de sí. ¿Pero y los seguidores que, por miles, están esperando que tales hechos se produzcan para verlos y admirar tales cosas como si del milagro de un héroe se tratara? Una golondrina nunca hizo verano, pero ¿qué epidemia de imbecilidad puebla las aceras? ¿Qué sociedad enferma nos rodea?
En esta borrachera andamos deambulando noche y día. ¿Hacia dónde escapar de tanto ruido? Tal vez hacia la Dehesa de Candelario, para arreglar el mundo. Aunque luego no tengamos de qué hablar,