Siempre matar el tiempo, siempre dándoles vueltas a las
cosas, sin saber que se van y no son nada en cuanto pasa el tiempo. Es lo que
siempre pasa, que pasa el tiempo. Parecería tan solo un juego de palabras. Creo
que es mucho más.
Hace unos días, en la carretera que lleva hasta la Dehesa de
Candelario, le decía a un amigo con el que conversamos unos minutos: “Vamos
hasta la Dehesa, a arreglar el mundo”. Y él nos respondió enseguida: “No se os
ocurra arreglar el mundo porque entonces no tendremos de qué hablar”. Mucha sustancia
en la respuesta del amigo.
El caso es que el orden del día de ese darles vueltas a las cosas
nos lo imponen siempre desde fuera, nos lo recuerdan, con el sonsonete
interminable, las televisiones, los periódicos y las emisoras de radio. Esos
medios nos marcan el ritmo y, por repetición y por cansancio, nos obligan a dar
vueltas en torno de lo que nos proponen. Y el mundo es la mirada que le
echemos, el foco que pongamos y la interpretación que cada uno haga de esa
realidad seleccionada por nosotros.
¿Es el mundo real como lo vemos? No importa demasiado.
Leamos, por si acaso nos ilumina algo, a Kant, o tal vez a Descartes. Pero eso
es para otro momento. Lo importante es saber que, sea lo que sea la realidad
última, nosotros debemos actuar según lo que el mundo proyecta en nuestros
sentidos y en nuestra razón, o viceversa, según lo que seleccionamos de esa
realidad con nuestros sentidos y con nuestra mente. Si se quiere, dicho con las
palabras del filósofo: “El hombre es la medida de todas las cosas”.
Pero, por mucho que nos esforcemos en hacer esa selección, ya
viene dada de serie. Tan solo tenemos que dejarnos llevar y seguir los sonidos
y la fila del rebaño.
Sirva este ejemplo. La próxima semana comienza la liga de
fútbol. Veremos que nuestra atención, guiada por todo lo que nos apabulla desde
los medios, se concentra en ese hecho y pasa a ocupar uno de los primeros
lugares en las conversaciones y en el asunto ese de matar el tiempo. Conviene
no resistirse demasiado por el peligro de morir en el intento. Porque dicen que
existe el libre albedrío. Yo mismo pertenezco a un grupo que deliberadamente se
llama así. Pero tengo para mí que no es fácil usar de esa palanca, olvidando el
contexto en el que cada día tenemos que movernos. Al fin y al cabo, el hombre
es un animal social, decía Aristóteles.
En esta situación continuada, el mundo se jibariza, encoge y
se acobarda, se minimiza en todo, se selecciona según la voluntad del que posee
los medios para marcar el ritmo.
Con todo, el hecho se agudiza o se distiende según la época
del año. Echar una ojeada al mes de agosto es desolador. El mundo es
hormigueros en las playas, gentes que son el pasto de la noche, muchachos que
planean y se matan con tal de hacerse una foto y entrar en la carrera del
famoseo… Qué sé yo.
¡Y el mundo es mucho más que solo eso! Pero anda al otro lado
de la valla, detrás de las cámaras y no en primeros planos, en la hoja de
periódico que no se publica o en el programa que no se emite.
Y aun hay otra consideración que desanima. Ya es mucho que un
imbécil se tire por la ventana para sacarse fotos. Pobrecito él si no da más de
sí. ¿Pero y los seguidores que, por miles, están esperando que tales hechos se
produzcan para verlos y admirar tales cosas como si del milagro de un héroe se
tratara? Una golondrina nunca hizo verano, pero ¿qué epidemia de imbecilidad
puebla las aceras? ¿Qué sociedad enferma nos rodea?
En esta borrachera andamos deambulando noche y día. ¿Hacia
dónde escapar de tanto ruido? Tal vez hacia la Dehesa de Candelario, para
arreglar el mundo. Aunque luego no tengamos de qué hablar,
1 comentario:
Eso, eso.
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