En las últimas contiendas electorales ha irrumpido con fuerza
(dicen que menos que la que ellos mismos pensaban: yo no lo tengo tan claro)
una nueva formación política llamada VOX. Su primer rédito electoral importante
lo ha conseguido en Andalucía, donde ya condiciona con sus votos la gobernabilidad.
Otro tanto está alcanzando en diversos lugares de España, después de las
últimas elecciones generales y regionales.
¿Qué caldo de cultivo propició su aparición y su concreción
en un partido político? También en este caso parece relativamente sencillo
apuntar las principales razones. La más importante y consistente tiene que ver
con las tensiones territoriales, fundamentalmente con todo lo sucedido en
Cataluña y en el País Vasco. Mientras no se le dé una solución sólida a este
asunto de la articulación territorial, no es difícil augurar su permanencia y
hasta su fortaleza. La situación de crisis económica y el descontento de muchas
personas ante un futuro incierto suponen también otras variables importantes
para que la espita de los sentimientos se abra y suelte las tensiones
retenidas. Súmese a ello el asunto de la migración, sobre todo en el apartado
de inmigración, y ya tenemos los principales ingredientes para un cóctel
sabroso y ardiente. Es el mismo cóctel de enfado y de reacción -aunque con ingredientes
bien distintos- que el que propició la protesta y estallido de VOX.
¿No son éstos elementos propicios a la exaltación y al
desparrame de los sentimientos? ¿Se razona y argumenta con serenidad y hondura
cuando surgen estas dificultades? Parece evidente que no es así.
Esta fuerza política existía, como célula dormida, en el seno
del gran partido de la derecha; como dormía la esencia de UP en el seno de la
izquierda. Lo que ha ocurrido sencillamente es que el embrión ha nacido, se ha
dado a la luz y ha echado a andar.
Si nos fijamos en los países europeos, podemos observar
fenómenos semejantes, pero no iguales. ¿Por qué? Porque hay una variable que es
específica, o al menos está acentuada, en nuestro país. Se trata del asunto
territorial, ese que nos trae a mal traer y que agota casi todos nuestros
esfuerzos desde hace siglo y medio, y que nos da como resultado, todavía
después de 500 años, un país fallido en buena medida. Por eso afirmamos algunos
tajantemente que la solución de esta circunstancia resulta prioritaria y
anterior a cualquier otra discusión.
Tanto el liberalismo como el socialismo tienen a sus espaldas
un recorrido largo de discusiones, de planteamientos y de aportaciones teóricas
razonadas, con las que uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero a las
que no se les puede negar que forman un cuerpo de doctrina trabado y argumentado.
Lo que es, en suma, una ideología.
No tengo muy claro que los casos citados de explosión
sentimental aporten una ideología trabada y argumentada nueva; yo no la observo
por parte alguna. Tal vez porque no sé ver o mirar bien.
No quiero negar ni la buena voluntad de nadie ni el valor del
impulso ante lo que la vida nos va poniendo delante de los sentidos o la
inteligencia; trato incluso de entender algunas reacciones airadas ante hechos
que parecen intolerables. Pero no me parece que la mejor forma sea la de
arrimar fuego al fuego, porque corremos el riesgo del incendio incontrolado y,
más tarde, incontrolable.
Piensa el sentimiento, /
siente el pensamiento,
decía Unamuno. ¿Qué tanto por ciento le concedemos a cada uno de ellos? En el
mundo político, acaso una buena dosis de razonamiento y de calma no produzcan
malos resultados. No sé si a corto plazo, pero casi seguro que sí a largo
plazo.
Se ha destacado aquí el caso de UP y de VOX. Estoy seguro de
que, en alguna medida, la reflexión es extensible a cualquier otra formación
política. Cada cual sabrá a qué atenerse.
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