Los medios de comunicación de masas, en conjunción con
nuestra escasa capacidad mental y la necesidad que tenemos de fijar nuestra
atención en unas poquitas cosas para poder sobrevivir y no morir en el intento,
nos conducen a un mundo aparentemente homogéneo y redundante. De ese modo,
parecería que todos estamos haciendo lo mismo, a las mismas horas y en los
mismos lugares.
Y tal vez la panoplia de posibilidades no sea demasiado
amplia y, en verdad, todos tratamos de cumplir un índice reducido de ilusiones
y de necesidades. Acaso no seamos tan diferentes y los contextos tampoco nos
dejen serlo.
Yo, sin embargo, me resisto a que esto sea así y no me
complace que las imágenes que observamos o que nos disparan los medios sean del
todo reales. O al menos únicas.
Además de las playas atascadas y de los centros de ocio hasta
los topes, uno echa la mirada y ve muchas más cosas por ahí en pleno mes de
agosto. Ve, por ejemplo, a los agricultores de tantos campos mirando al cielo y
viendo que se agosta la cosecha sin saber todavía si los días que les quedan
serán propicios para recogerla con bien; o ve que tanta gente sigue abriendo
sus tiendas y pequeños negocios sin poder pensar en el descanso, porque en su
trabajo quieren hacer su propio agosto; o piensa en los enfermos que contemplan
el paso de los días con la esperanza de ponerse muy pronto a la faena de vivir
la vida por las calles; o a los que en su enfermedad los acompañan; o a los que
están al pie del cañón vigilando que el ocio de los otros se cumpla sin
agobios; o a los que penan, o a los que simplemente se quedan en su casa porque
en ella encuentran su mejor hotel durante todo el año; o a los que, aun
pudiendo correr mundo, prefieran conocer algo mejor aquello que les rodea y no
han hollado todavía… Qué sé yo cuántas cosas.
Estoy viendo estos días cómo en los telediarios rellenan el tiempo
con la repetición de un reportaje ya emitido en programas pasados y en otros
formatos. Cuando los veo pienso en lo necesario y productivo que sería que cada
día se ocuparan del análisis de uno de estos hechos que en ellos nos presentan.
Eso sí que merecería la pena y no tanta notica de ahora mismo, sin sustancia ni
alcance, tan solo a la búsqueda del morbo y el asombro repentino y efímero.
Pero dicen que España está de vacaciones. Y eso no es verdad.
O es verdad a medias. Cuando el sol sale, sale para todo el mundo, pero no todo
el mundo puede tomarlo de la misma manera. Por lo demás, ni falta que hace,
porque algunas maneras ni cuestan ni fatigan, y tienen recompensas positivas.
En la ciudad estrecha donde escribo, existen mil caminos, por ejemplo, que te
entrañan en la naturaleza, que te invitan a ella y no te cobran, que te incitan
a darle a la palabra y acaso al pensamiento. Aquí también las fuentes y los
ríos, las piedras y regatos hablan de muchas cosas, y no te empuja nadie ni con
la sombrilla ni con el culo al aire.
A mí, sin ir más lejos, me ha dado por sentarme los dos
últimos días en mi terraza y abrir con calma páginas de un libro que parece muy
extraño: Fundamentos de la metafísica de
las costumbres, I. Kant, un ensayo que busca hallar los límites entre la
realidad y la inteligencia, entre el mundo de las cosas y el mundo de las
ideas. Casi nada.
Y el sol sigue saliendo, y las noches empiezan a alargarse. Y
llegará setiembre, que no linda con ningún otro mes del calendario, y reinará
el silencio de las playas, y tornará el bullicio a las aceras, y las ciudades
serán de nuevo otra epidemia… Y el mundo dará vueltas y más vueltas sin causa
ni destino conocido.
Ni mejor ni peor, tan solo de manera diferente.
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