....PORQUE
EL MUNDO ME HA HECHO ASÍ
Así rezaban unas palabras incluidas
en una canción que, hace ya muchos años, puso de moda Jeanette, una cantante
que enseñó a cantar a casi todos los célebres solistas actuales con una voz de
nariz que, en cualquier conservatorio, se trata de evitar, pero que parece que
es condición indispensable para que se pueda grabar una canción y ser escuchada.
Que me perdone Jeanette, pues, por otra parte, a mí me gustaban sus letras más
que las de muchos otros colegas suyos.
La canción venía a expresar la
queja por el hecho de que la sociedad no hacía caso ni escuchaba las protestas
de una imaginaria joven cualquiera. Vaya por Dios.
Esta es la anécdota, claro. Lo que
nos importa es la categoría.
En los años de entusiasmo juvenil,
existe la tendencia a echar toda la culpa de lo que sucede a los demás; como si
el individuo estuviera exento y liberado de obligaciones personales. Después el
tiempo pasa, que es lo que siempre pasa, y las responsabilidades se van
compartiendo hasta implicar al individuo un poco más en el proceso, sin olvidar
tal vez la influencia que en él sigue ejerciendo el contexto de la comunidad.
No es asunto baladí, pues se trata y
se considera desde todos los niveles: el sociológico, el político, el
filosófico…
¿En qué medida soy hijo del
contexto? ¿Yo soy yo y mis circunstancias? ¿Yo soy mis circunstancias únicamente?
¿Qué parte de responsabilidad me tengo que atribuir a mí mismo en mis actos y
cuánta a los demás? ¿Qué esfuerzo tengo que prestar en controlarme y
modificarme a mí mismo, y cuánto al cambio de las comunidades y estructuras en
las que desarrollo mi vida? Todo un programa de pensamiento, de opinión y de
actividad diaria.
Pero no podemos eludirlo porque en
ello nos va el día a día y cada una de nuestras acciones.
Negar responsabilidades
individuales es tanto como anularnos y diluirnos en un conjunto indefinido.
Parece algo propio de irresponsables y hasta de cobardes. Cerrar los ojos ante
todo lo que eso que se llama las superestructuras o contextos sociales en los
que nos movemos nos impone es lo mismo que declararnos ciegos e imbéciles.
¿Dónde el límite y el tanto por ciento? ¿Cuánto esfuerzo a lo primero y cuánto
a lo segundo? ¿Soy rebelde porque el mundo me ha hecho así o porque mi falta de
rebeldía personal no me hace cambiarme a mí mismo ni al mundo en el que vivo?
Pienso ahora mismo en grupos
sociales juveniles, que se muestran rebeldes a las imposiciones sociales que
nos trae la pandemia, por ejemplo. ¿Son rebeldes porque el mundo los ha hecho
así, o por egoísmo, irresponsabilidad y pereza mental? ¿O acaso son
sencillamente gilipollas? Y así con todos y todos los días.
Por si acaso, seguía la canción con
estas palabras; porque nadie me ha tratado con amor,
porque nadie me ha querido nunca oír. Pues que al menos por esto no
sea. De unos para otros y de otros para unos.
1 comentario:
Parece que la rebeldía es algo intrínseco de la juventud y que implica el no cumplimiento de las normas pero también me parece rebeldía alzar la voz e impulsar a otras voces para disentir de actuaciones irresponsables, podemos seguir siendo rebeldes cuando no estemos de acuerdo con ciertos comportamientos que van en detrimento de la sociedad que vivimos ¡Alcemos la voz!
Publicar un comentario