Sostengo con frecuencia que vivimos
cargados de convencionalismos, de prejuicios y de tópicos. Habría que aquilatar
un poco estos términos, pero creo que nos entendemos con el uso de sinónimos
imperfectos.
Hoy me quedo con el término PREJUICIOS por venir al sentido etimológico de aquello que se genera antes de formar juicio, antes de la opinión razonada, antes del criterio que concluye un proceso de reflexión: PRE-JUICIOS.
¿Tendríamos que formar juicios cada vez
que nos enfrentamos a una realidad mueva? No, por Dios: no tendríamos capacidad
de aguante y nos asfixiaría literalmente la vida. No se trata de descubrir
mediterráneos cada día y cada hora, porque no adelantaríamos nada en la
actividad. Contentémonos y alegrémonos de las ayudas que continuamente
recibimos de los que nos rodean y de todo lo que ya se ha dado por demostrado, pero no renunciemos a
nuestras propias indagaciones y a actuar según nuestras propias conclusiones.
¿De dónde proceden fundamentalmente esos
pre-juicios que se nos dan hechos antes de nuestros propios juicios? Coincido
con algún filósofo que los distribuía en cuatro apartados: a) de la educación
recibida; b) de la opinión de la gente; c) de las opiniones de gente con
autoridad intelectual (argumento de autoridad); d) de los engaños que produce
el mal uso del lenguaje.
Cada uno de los cuatro apartados se
puede estirar y encoger como un acordeón, para dar cabida a casos y
posibilidades distintas; pero creo que estos cuatro núcleos nos dan una buena
imagen de las fuentes en las que han bebido y beben nuestra escala de valores,
nuestras opiniones y hasta nuestros juicios más personales. En este formato no
cabe el desarrollo de dada uno, pues daría para un largo tratado y para una
amplia reflexión. Queden,
al menos, apuntados.
¿Hasta dónde es uno autónomo, único e
intransferible? ¿Cuál de estos cuatro apartados ha generado más en cada uno de
nosotros? ¿Y en la sociedad en general? ¿Son la vida y la calle la universidad
que más enseña y educa? ¿Es más sólida la enseñanza de la cultura (lectura,
escritura, investigación, enseñanza, conferencias…)? ¿En qué apartados deberían
incidir más los poderes públicos y las comunidades? ¿Cómo varían estas
influencias según las edades? ¿Cambia lo mismo de juicio y de criterio una
persona de edad avanzada que una de poca edad? ¿Conviene que en las sociedades
se atienda más o menos a las personas que tengan más juicios personales y menos
influencia de prejuicios? ¿Es lo mismo formar Gobiernos con personas más
jóvenes o menos jóvenes, por lo que a la formación y existencia de juicios y
prejuicios se refiere? Y en este plan.
Todos, sin excepción, cargamos en
nuestras espaldas un saco grande de prejuicios que se nos dan hechos y que
apenas analizamos con nuestros propios medios. Por eso nuestros juicios son en
buena medida prestados y compartidos. Tampoco está mal. Se trata, como casi
siempre, de grados de responsabilidad personal, de preocupación por hacer
nuestro propio camino, aunque siempre al lado de los otros, que también reciben
nuestros propios pre-juicios. Tal vez para terminar comprobando que, a pesar de
todo, seguimos siendo poca cosa y que no siempre es lo más agradable lo que
vamos descubriendo al despojarnos de pre-juicios e ir formando juicios propios
e individuales.
En fin, también con otro filósofo, el
aparente oxímoron de la insociable
sociabilidad.
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