viernes, 26 de marzo de 2021

SEMANA SANTA

  SEMANA SANTA

Como sucede cada año en los días de la primavera más temprana, se viene a celebrar en occidente la Semana Santa y la Pascua, esa fiesta que quiere dar último sentido a todo el recorrido vital, teológico, eclesiástico y litúrgico de la religión cristiana. La situación de esta Semana y de esta Pascua en los días de comienzo de primavera no es casual y está explicada muchas veces: viene a suplantar la fiesta del dominio de la luz solar y de la fuerza de la naturaleza por esa otra luz espiritual para los seguidores de esta doctrina. Se aplica de nuevo aquel dicho que reza así: Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él.

Este año, como el anterior, se suma a las condiciones naturales la presencia de la maldita pandemia. Y con ella las restricciones de movilidad y de agrupamientos. Nos quedamos sin procesiones (las religiosas y las no menos religiosas de las filas en caravana hacia ninguna parte) y habrá que ingeniárselas para sustituir las costumbres por nuevas ocupaciones que nos ayuden a matar el tiempo.

Como ya he apuntado en alguna otra ocasión, me permito aconsejar la lectura directa de los textos sagrados, esos originales en los que supuestamente se basan las justificaciones de todas las tradiciones, usos y costumbres actuales del mundo religioso.

Sospecho -ojalá sea un mal pensado- que hay mucho devoto y participante en los rituales religiosos que no frecuenta las fuentes de su devoción y de sus creencias. La mitad de la humanidad (o tal vez más) se rige por las palabras del Libro, pues en él hunden sus últimas raíces tanto la religión cristiana como la judía y la musulmana. La Biblia es, por supuesto, el libro más editado de toda la Historia. La cultura occidental no se explica sin ella, para bien y para mal.

Ir a ella supone abrir los ojos, enfrentarse directamente con una serie de elementos y de valores que ponen al lector en la tesitura de sentir, pensar y decidir. Tal vez suponga el acercamiento un golpe de choque que deje al lector conmocionado; sobre todo si lo hace sin prejuicios y tratando de separar el polvo de la paja, enfrentándose a lo que es realmente histórico y a lo que es invento de hechos o acomodamiento de tradiciones que vienen bien para el mantenimiento del poder civil y religioso.

La lectura, el pensamiento y las decisiones tienen que ser asunto particular, consecuencia de la honestidad y de la coherencia, esos valores que después nos han de llevar a actuar en la vida diaria de una manera o de otra diferente. Y, si hay que apagar la vela, pues se apaga. Todo menos dejarse convencer por hechos consumados y tantas veces apócrifos o simplemente falsos. Cada cual descubrirá lo que tenga que descubrir.

Con el tiempo calmado, con el espacio delimitado, con un fondo musical que inspire tranquilidad y con una predisposición serena y abierta, no será malo abrir el Libro y leer. El mundo de la Semana Santa se hará más amplio y personal; acaso menos patético, pero más verdadero. Y tal vez algo más gozoso, que la luz ya está aquí y nos debe invadir para que todos seamos luz y alegría.

N.B. Yo ando en las páginas de una explicación casi canallesca, pero divertidísima, del Antiguo Testamento. Lo hago de la mano de Juan Eslava Galán y de su libro La Biblia contada para escépticos. Eso sí, sin salirse ni una letra de lo que en ese A.T. está escrito. Un borbollón de agua fresca en la que se mezclan la risa, la pena y algún grado de conmiseración. Pero cada uno es cada uno. Yo solo invito a la lectura, como buen sustituto de toda la parafernalia de la Semana Santa, civil y religiosa. En lo demás no me meto. Demasiado tengo con lo mío.

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