SEMANA SANTA
Como sucede cada año en
los días de la primavera más temprana, se viene a celebrar en occidente la
Semana Santa y la Pascua, esa fiesta que quiere dar último sentido a todo el
recorrido vital, teológico, eclesiástico y litúrgico de la religión cristiana.
La situación de esta Semana y de esta Pascua en los días de comienzo de
primavera no es casual y está explicada muchas veces: viene a suplantar la
fiesta del dominio de la luz solar y de la fuerza de la naturaleza por esa otra
luz espiritual para los seguidores de esta doctrina. Se aplica de nuevo aquel
dicho que reza así: Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él.
Este año, como el
anterior, se suma a las condiciones naturales la presencia de la maldita
pandemia. Y con ella las restricciones de movilidad y de agrupamientos. Nos
quedamos sin procesiones (las religiosas y las no menos religiosas de las filas
en caravana hacia ninguna parte) y habrá que ingeniárselas para sustituir las
costumbres por nuevas ocupaciones que nos ayuden a matar el tiempo.
Como ya he apuntado en
alguna otra ocasión, me permito aconsejar la lectura directa de los textos
sagrados, esos originales en los que supuestamente se basan las justificaciones
de todas las tradiciones, usos y costumbres actuales del mundo religioso.
Sospecho -ojalá sea un
mal pensado- que hay mucho devoto y participante en los rituales religiosos que
no frecuenta las fuentes de su devoción y de sus creencias. La mitad de la
humanidad (o tal vez más) se rige por las palabras del Libro, pues en él hunden
sus últimas raíces tanto la religión cristiana como la judía y la musulmana. La
Biblia es, por supuesto, el libro más editado de toda la Historia. La cultura
occidental no se explica sin ella, para bien y para mal.
Ir a ella supone abrir
los ojos, enfrentarse directamente con una serie de elementos y de valores que
ponen al lector en la tesitura de sentir, pensar y decidir. Tal vez suponga el
acercamiento un golpe de choque que deje al lector conmocionado; sobre todo si
lo hace sin prejuicios y tratando de separar el polvo de la paja, enfrentándose
a lo que es realmente histórico y a lo que es invento de hechos o acomodamiento
de tradiciones que vienen bien para el mantenimiento del poder civil y
religioso.
La lectura, el
pensamiento y las decisiones tienen que ser asunto particular, consecuencia de
la honestidad y de la coherencia, esos valores que después nos han de llevar a
actuar en la vida diaria de una manera o de otra diferente. Y, si hay que
apagar la vela, pues se apaga. Todo menos dejarse convencer por hechos
consumados y tantas veces apócrifos o simplemente falsos. Cada cual descubrirá
lo que tenga que descubrir.
Con el tiempo calmado,
con el espacio delimitado, con un fondo musical que inspire tranquilidad y con
una predisposición serena y abierta, no será malo abrir el Libro y leer. El
mundo de la Semana Santa se hará más amplio y personal; acaso menos patético,
pero más verdadero. Y tal vez algo más gozoso, que la luz ya está aquí y nos
debe invadir para que todos seamos luz y alegría.
N.B. Yo ando en las páginas
de una explicación casi canallesca, pero divertidísima, del Antiguo Testamento.
Lo hago de la mano de Juan Eslava Galán y de su libro La Biblia contada para escépticos. Eso sí, sin salirse ni una letra
de lo que en ese A.T. está escrito. Un borbollón de agua fresca en la que se
mezclan la risa, la pena y algún grado de conmiseración. Pero cada uno es cada
uno. Yo solo invito a la lectura, como buen sustituto de toda la parafernalia
de la Semana Santa, civil y religiosa. En lo demás no me meto. Demasiado tengo
con lo mío.
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