SEMANA SANTA IMAGINARIA
La falta de actos
litúrgicos en la calle marca esta segunda Semana Santa de pandemia. Las
distintas cofradías y los grupos de creyentes y de devotos se las ingenian para
buscar simulacros que recuerden de alguna manera sus actividades y liturgias de
otros años: figuras expuestas en los templos, imágenes en escaparates, visitas
individuales a los lugares sagrados, retransmisiones…
Pero las calles huelen y
suenan de otra manera. Nada puede sustituir la presencia de los Pasos, de los
capuchones, de los cofrades, de los curiosos, de los tambores, del incienso o
del olor fragante a primavera. ¿Quién no puede sentir nostalgia del Señor del
Gran Poder, de la Macarena, del Cautivo, de la procesión de las Capas Pardas,
del Entierro, o de cualquiera otra procesión de las que salpican toda la
geografía española?
Incluso los menos
‘allegados’ -en cualquiera de sus vertientes- echan de menos estas
manifestaciones multitudinarias en las que se mezclan fe, espectáculo,
penitencias, aromas y tradiciones muy diversos.
Qué le vamos a hacer.
Otro año será. Mientras tanto, ánimo y consuelo para los más afligidos y
serenidad para todos.
Hace muy pocos días me
atrevía -osado de mí- a aconsejar la lectura de la Biblia como sustitución de
otras actividades imposibles en estas condiciones. Lo cierto es que podemos encontrarnos
con sorpresas no del todo agradables. Veamos:
No
tendrás dioses ajenos delante de mí. No te hará imagen ni ninguna semejanza de
cosa alguna. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás. No tomarás mi nombre en
vano…
Son palabras del libro
del Éxodo (20, 1-17) en las que se recoge la lista de los mandamientos.
Aparte de que Yahvé no
concede ninguna oportunidad a ningún otro dios (O estás conmigo o estás contra mí, afirma varias veces), se niega,
en repetidas ocasiones, a la representación en imágenes físicas, tal vez porque
los ídolos y dioses rivales regañaban menos y se hacían más atractivos a los
posibles adoradores. Así Baal, Astarté… Por lo demás, la visión de Yahvé, salvo
a algunos elegidos a los que se aparecía para darles órdenes -casi siempre
severísimas- cegaba al atrevido. Y la vida eterna que se promete supone,
esencialmente, conseguir, por fin, la visión y contemplación de Dios en su
naturaleza.
Recuérdese la prohibición
de crear imágenes del profeta Mahoma entre los musulmanes y las tragedias que
eso ha provocado, alguna tan solo hace muy pocos años. Y algo parecido sucede
entre los judíos.
O sea, que esto de la
representación de la divinidad es asunto intrincado y dificultoso en las tres
religiones del Libro. ¿O ya se nos ha olvidado para el cristianismo todo el
revuelo de los iconoclastas?
¿Cómo imaginaríamos la
historia de Occidente sin estas representaciones en pintura, escultura,
literatura, arquitectura y resto de artes? Nadie puede afirmar si todo sería
mejor o peor; pero, desde luego, resultaría totalmente diferente.
Quizás algo similar
sucedería sin nuestras tradiciones de Semana Santa. Por más que la teoría nos
diga que el origen y la actualidad entran en clara contradicción. O tal vez
porque las tradiciones supongan algo más duradero que la fuente de la que
manan. O quizás porque esas fuentes realmente no tenían demasiada agua, a pesar
de que sigan prestando el nombre a la función. O quién sabe si sencillamente
porque el ser humano necesita asirse a alguna esperanza que le dé consolación,
por más que esté llena de suspiros y de penas. O tal vez… Qué sé yo.
Entretanto, al rincón de
pensar. Y que cada cual deduzca.
1 comentario:
Necesitamos tener imágenes de las personas qué amamos,por eso conservamos fotografías, el recuerdo es frágil. La representación en imágenes nos ayuda a fidelizar el amor o la devoción.
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