CIVISMO
Los medios de comunicación ofrecen imágenes del
primer día en el que no rige el estado de alarma. En diversas ciudades, los
jóvenes se reúnen en masa y sin cuidado, explotan en su deseo de diversión en
compañía de los demás jóvenes y parece que celebran el fin de alguna condena de
cárcel o el éxito deportivo de turno.
Dos o tres afirmaciones rápidas: a) Siento
vergüenza, desánimo y asco por estos comportamientos. b) Son solo una minoría,
pero no son pocos. c) Hay que suponer que las imágenes son las de los casos más
llamativos. d) He escuchado un par de condenas rotundas por parte de algún
joven de sus colegas y esto me reconforta.
Estos son solo algunos hechos concretos; si se
quiere, son la anécdota. Pero vayamos a la categoría y en busca de alguna
reflexión.
Solemos estar de acuerdo en que biológicamente,
cada etapa de la vida se acompasa con sus manifestaciones específicas en todos
los aspectos. Así, acostumbramos a entender, a disculpar y hasta jalear que un
adolescente sea menos reflexivo y más impulsivo que una persona madura. O vemos
como algo normal que un niño atienda antes a sus deseos inmediatos y personales que una persona mayor.
Si estas verdades fueran absolutas, tal vez
sencillamente lo que tendríamos que hacer es dejar que la vida siga según esas apetencias biológicas y asumir, sin más, las consecuencias. Además, si defendiéramos
eso, quedaríamos muy bien ante los colegas y pareceríamos personas de pensamiento
‘moderno’ y hasta de carácter abierto y guay.
No sé si esta forma de proceder no termina por
ser la más conservadora y falta de inteligencia, pues termina por dejar todo
como está, sin ninguna intervención en la mejora y en el cambio de las cosas. La razón nos invita a pensar si la biología no debe ser domada por las
fuerzas del pensamiento, para remediar perjuicios biológicos y para elevar el
global del ser humano.
Existe otra forma de entender las exigencias de
la biología y de las edades. Si el niño no puede valerse por sí mismo, ¿no será
esa la edad precisa en la que no lo dejemos conducirse por sus propias fuerzas, sino la de
ayudarle y prohibirle cosas sabiendo que más tarde no ha de sentir esa
necesidad? Si el joven está en los años de más ‘soltura’, ¿no será ese el periodo en el que debe prestar un poco más de esfuerzo en contenerse algo más,
sabiendo que más tarde esos impulsos serán menores y ya no tendrá que acudir a
sentirse reprimido? Si el anciano necesita de más ayuda, ¿no será esa la edad de dejarse ayudar por los demás?
No se trata de vivir en la frustración ni en la
prohibición continuas, sino de dibujar una curva vital que sea equilibrada y
que tenga en cuenta no solo al individuo como si fuera un ser único, sino que acompase el discurrir del ser individual con la pluralidad de la comunidad.
Educar significa ex ducere, o sea, conducir fuera de, llevar a nuevos caminos,
distintos de los del impulso y la pasión, del instinto y del primer arreón. Claro
que la educación está en manos de toda la tribu y somos todos los que tenemos
que contribuir para que produzca frutos sanos y bienes colectivos. El asunto es
árbol de muchas ramas, de muchas causas y de largas consideraciones.
Los de las imágenes de la Plaza Mayor de Salamanca
y de otros lugares similares (en Béjar me cuentan que sucedió algo similar,
aunque en menor cantidad) no pasan, a mi juicio, del nivel de la biología. ¡Pero
ese es el nivel de los brutos, o sea, de los animales! Y yo espero algo más de
la docta Salamanca. ¿Se me entiende?
Los halagos suenan mejor a los oídos, pero no
siempre contribuyen a la mejora de las cosas.
1 comentario:
Conducir, y crear criterio responsable en los jóvenes.
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